Ian Astbury, de The Cult: “Tenemos que desarrollar la inteligencia emocional”

El cantante habla del último disco del grupo, explica qué debemos aprender de los animales y adelanta los shows del Estadio Obras. Entrevista exclusiva.

Por Fabrizio Pedrotti, para Recitarg.

Es 1986, y The Cult está tocando en un festival de Finlandia. Son las tres de la mañana, y la experiencia es hermosa: el público está conectado con el momento, sin celulares ni pantallas que interfieran. El grupo está en plena etapa post-punk y gótica, con “Love” (1985) recién estrenado y antes del cambio de rumbo que significará “Electric” (1987). Pero hay un detalle mayor: aunque sea de madrugada, el sol brilla más fuerte que nunca. The Cult toca temas como “Rain” y “Hollow Man” mientras la luz amarilla baja del cielo.

En la pandemia, mientras revisaba videos de archivo, Ian Astbury se cruzó con esta presentación. Y es por eso que su último disco, “Under The Midnight Sun” (2022), se llama así: el cantante conectó ambas experiencias. Aquel presente y el de 1986 tenían un mundo más lento, en tiempo real, casi anómalo. Como el sol de la madrugada. Como The Cult, que también es una banda única.

Mientras se alista para esta entrevista desde Los Ángeles, Astbury camina por las habitaciones de su casa. Usa la bandana que es parte de su look desde hace décadas, unos lentes de sol y el pelo recogido. Pero, sobre todo, está ansioso por hablar del presente. Así que allá vamos.

-En “Give Me Mercy” hablás de la pérdida del lenguaje, y de cómo debemos encontrar una nueva forma de comunicarnos, más como animales. También lo mencionás en “C.O.T.A.”. ¿Cómo lo logramos?

-(Se ríe). Bien, excelente. Muy bien por vos preguntando esto. Desarrollando más la inteligencia emocional. Hay condiciones sociales: la forma en la que te educan, la sociedad en la que crecés. Y después tus experiencias de vida, que te llevan a un determinado viaje, si lo buscás. Es como Alicia en el País de las Maravillas, que te metés en el “agujero del conejo”. Cuando lo hacés, encontrás tu procesamiento cognitivo y tus sentidos. O sea, tu percepción intelectual de una situación o de una experiencia. Pero tenés lo sensorial, también: cinco, seis, siete sentidos; los que sean. Cómo procesás esa información depende de tus filtros. Y siento que en eso ponemos un montón de información para encajar en la construcción social. Ahí nos metemos lo existencial: una forma de llegar a nuestro potencial para comunicarnos sería acentuando nuestra inteligencia emocional. ¿Cómo lo logramos más rápido? Con meditación y yoga. Lo vemos un montón en atletas, músicos y artistas: están realmente “concentrados”, conectados a un campo infinito. A David Lynch lo obsesionaba eso. Pero en la naturaleza hay medicinas psicoactivas. Terence McKenna, por ejemplo, exploró las substancias. Eso ya venía de civilizaciones como los mayas, los aztecas, los egipcios o los celtas. O sea, ¡Steve Jobs usaba LSD! Y si no hubiera sido por tipos como Alan Watts o Aldous Huxley, ¿quién sabe cómo hubieran sido los ‘60? Timothy Leary, los Beatles, Syd Barrett… todos los usaron y ayudaron a expandir la conciencia en la cultura. Incluso la evolución de la tecnología se dio por explorar eso y los campos de la percepción. Así que hay formas y formas. Tu “punto de entrada” se reduce a tu propia experiencia. Y yo no puedo recomendarle nada a nadie, pero sí hablar de mi propio viaje, y cómo eso se incorporó en mi proceso creativo. O en cómo elijo vivir mi vida, con quién interactúo.

Astbury también lo conecta con su banda: “Con The Cult nos fue muy bien en la industria comercial, y es como ‘¡hurra, qué bien!’. Te dan un lindo disco para la pared, salís en la tapa de una revista y tenés millones de streams. Pero todo eso es una ilusión: lo que realmente pasa es que la experiencia se transforma. Es alquimia que muta en acciones, como escribir una canción o tocar. Es un espacio ritual, y para mí es lo más fascinante. Es en lo que más estoy interesado: en la importancia del ritual, de las reuniones o las experiencias inmersivas. Como la intimidad, mirarnos entre nosotros, vernos a los ojos con los animales, saber que las plantas sienten. Tener un mayor entendimiento de la cosmología y la cuántica de ser un humano”. 

Y agrega: “Eso no siempre tiene que ser procesado intelectualmente: podés pararte frente a una pintura como las de Francis Bacon, Rothco o Picasso, y ahí no hay lenguaje. Simplemente está tu experiencia. Es profundo que un Rothco o un Bacon me puedan hacer llorar sin decirme nada. Son pinturas, pero activan una respuesta emocional y visceral en mí. Así que no creo que podamos cuantificar esta información en un libro. Es como escribir sobre natación: ‘acá tenés 376 páginas de cómo nadar’. ¡Lo leés, te metés en el océano y te ahogás! Porque la única forma de hacerlo es metiéndote al agua. Leer un libro no te va a llevar ahí”. 

El cantante continúa con esa filosofía: “Hay un montón de conocimiento dando vueltas, de gente que sabe un montón, como el crítico cultural Simon Reynolds. Pero el verdadero conocimiento es el aprendizaje aplicado. Es un campo completamente diferente. Hay muchos críticos ahí, a un costado, y no saben cómo es estar tocando. Tenemos una canción que dice ‘in the fields of the lords…’ -se refiere a ‘Hinterland’-, y ‘At Play in The Fields of The Lords’ es un libro de Peter Matthiessen. Era una película sobre un piloto norteamericano que tenía que liberar a los nativos del Amazonas. Pero como ya había estado expuesto a las enfermedades de Occidente, los contagió a todos. Es una gran metáfora. Mathiessen es un autor fenomenal. Su libro sobre los leopardos de las nieves es genial. Vi a uno en el Tibet, y me siguió. Eso es intenso. Te despertás muy rápido cuando hay un animal stalkeándote. Nadé con tiburones… ¡enseñalo en un libro!” (se ríe).

-¿Por eso incluíste las coordinadas del Tíbet adentro del disco?

-Oh, estás prestando atención, ¡muchas gracias!

-También lo habías hecho con “Hidden City” (2016): el Ford Mondeo representaba la destrucción de lo material y se conectaba con “No Love Lost”. Ahora lo aplicaste con el Tíbet y Grecia…

-Sí, con el Templo de Delfos. Estás atento, gracias. Eso es lo que me fascina: ir a Lhasa, al Palacio de Potala, a Norbulingka, a ver el atardecer en el Everest. Hablar con los monjes, sentarme con ellos, caminar con los nómades, estar en una ceremonia. Hay mucho que pasa ahí, y nuestras vidas se reducen a un latte de 10 dólares y a una cuenta de Instagram. Eso es una parodia, ¿sabés? Buscamos siempre la validación externa, en parte por la falta de “parentificación correcta”. Los padres no saben cómo cumplir su rol (piensa). Yo simplemente fui guiado, tuve tantas experiencias creciendo que me llevaron a la música. Vi a Pink Floyd a los trece años, siendo chico. Con mi hermano juntaba latas y botellas mientras tocaban, pre “Wish You Were Here”, en Hamilton, Ontario, el 28 de junio de 1975. Vi el avión chocando parte del escenario en “Shine On You Crazy Diamond”, y en ese momento pensé: “¿qué es esto?”. Ya estaba enamorado de la música, pero a esa edad en tu cuerpo todo cambia. Empezás a construir tu verdadera persona, todo converge y todavía sos un adolescente… pero estás convirtiéndote en un adulto joven. Arrancás a saber qué te gusta, qué no, y en qué estás interesado. Claro que después de eso vinieron los Sex Pistols, David Bowie era otra constante, y fue una de las mayores influencias para mí. Originalmente, él pensaba ser un monje. Estaba fascinado con Chögyam Trungpa Rinpoche, con los maestros tibetanos y el Libro Tibetano de los Muertos, ¿sabés? Incluso lo mencionaba en sus letras del principio. Si te fijás, eran bastante esotéricas. 

Aún así, Astbury aclara que no busca bajar línea. “Pero hay elecciones individuales, hacés lo que vos querés. Tenés la libertad, los libros, la música, las películas y las experiencias inmersivas que pueden llevarte ahí si estás abierto. Es raro que yo tenga la oportunidad de hablar de este ‘subtexto’, porque hay una parte de The Cult que es muy primal, visceral, emotiva y cinemática. Siento que la gente capta eso subconscientemente -explica-. Tenemos un componente emocional y visceral que trasciende las letras, porque cerrás los ojos y te metés en la música. Es profundo cuando nos conectamos como un grupo de artistas y llegamos a ciertas experiencias y frecuencias. Todo se une, y ahí aparece este campo infinito”.

SIENDO UN OUTSIDER


Además del sol de la medianoche, el último disco del grupo refleja varios conceptos. “Vendetta X”, por ejemplo, era una canción que habían escrito en 2004, pero que no encontró su lugar en “Born Into This” (2007), “Choice Of Weapon” (2012) ni “Hidden City” (2016). Por otro lado, “Knife Through Butterfly Heart” se conecta con algo que pasó en la adolescencia de Astbury: un choque de autos le abrió la cabeza -literalmente- y estuvo cerca de la muerte. Siendo un inglés que se había mudado con su familia a Canadá, en esa misma época se sentía un outsider. Y el concepto quedó en los once discos del grupo. 

-En “Black Sun” (1994) ya hablabas del bullying y de ser un extranjero, y hoy lo mencionás en “A Cut Inside”. Considerando que tu animal metafísico es un tigre y que venís de ese background, ¿aún sentís que no encajás?

-(Piensa). Románticamente me identifico con los outsiders, pero también soy parte de la sociedad. Interactúo con toda clase de gente, con diferentes formas de ver las cosas y de identificarse. Capaz por sus géneros, sus backgrounds políticos o culturales. O incluso pasa con los equipos de fútbol. Descubrí que tengo algo en común con todos, ¿sabés? Creo que no hay lados malos, sino malos comportamientos: gente que actúa de forma violenta o provocativa, intencionalmente mala. Pero eso viene de una fuente, que es el caos. Y el budismo para mí significa entenderlo, encontrar mi lugar y el balance del punto medio. También lo mencionaba Carl Jung en la “psicología de las decisiones”. Estaba fascinado con entender tu sombra, tener autoconocimiento y maestría. Los budistas dicen que puede llevarte una vida, pero hay “hacks rápidos” y un montón de información para quien esté interesado. Es el regalo de la vida: ¡se pasa tan rápido! En diciembre murieron dos amigos: uno de insuficiencia hepática, y era un hombre brillante y hermoso. Era curador de arte y estaba rodeado de músicos, y se fue muy humildemente. No pude verlo, eso fue muy difícil. Mi otro amigo tuvo un ACV.

Ahora sí, Astbury da un consejo: “Este vehículo en el que viajamos no dura para siempre, así que cuidá de vos y de los de alrededor. Como entreno artes marciales, me expongo constantemente. Lo mismo cuando hago dojo. Ahí aprendí la técnica, las habilidades, a controlarme yo mismo -dice-. Si soy muy agresivo, me van a herir; y sino también. Aunque si encuentro el punto medio, me sale bastante bien. Pero es imposible de mantener, es muy difícil (se ríe). Incluso el Dalai Lama se enoja, y lo sabemos. Creo que por eso los monjes y las monjas viven en monasterios: porque las ciudades son muy desafiantes”.

VOLVIENDO A LA CIUDAD OCULTA

Además de la dupla eterna de Ian Astbury y el guitarrista Billy Duffy, la banda se completa con el histórico baterista John Tempesta (que se unió en 2006); el bajista Charlie Jones (que había trabajado con Page y Plant); y el multiinstrumentista Matt McKenna (a un costado del escenario).

Con una vigencia a prueba de balas y más de 50 shows en varios países en 2024, no es un secreto que la banda conecta con el público de todo el mundo. Pero el cantante insiste en la relación especial con la Argentina: “‘Hidden City’ se llamó así por el momento en el que Carlos Tévez se sacó su camiseta y mostró que venía de Ciudad Oculta. También se relaciona con el concepto budista de que ese lugar está adentro tuyo. Y me encantó que la influencia vino desde Buenos Aires. ¡Tengo una relación tan especial con ustedes, desde 1991! Hubo momentos mágicos como el de The Doors, con el eclipse y los disturbios. ¡Qué noche fue esa! No sé si estuviste, o si conocés gente que fue”.

-No, era muy chico.

-Fue una de las experiencias más profundas de mi vida, algo insano. Había fuego y peleas, y la gente saltó tanto que rompió los cimientos -se refiere al show de Vélez en 2004-. Con The Cult, en 1991, fuimos una de las primeras bandas en ir a la Argentina después del gobierno anterior. Llegamos antes que los Guns N’ Roses, y ya nos conectamos ahí. Cuando viajo por el mundo, me encuentro en todos lados con argentinos. También está mi amigo Juan Azulay -el artista visual del grupo-. No sé por qué, pero algo en mi camino siempre me lleva ahí. Buenos Aires es muy importante para nosotros, y siempre lo será. Mi papá fue ahí en los ‘50, siendo un marino. No sé qué es, ni lo quiero cuantificar, pero hay una magia en nuestra relación con ustedes. Es muy especial. Obras va a estallar: sé el set que tenemos y en qué momento me encuentro. Estoy en un buen lugar y la banda también. Billy toca mejor que nunca… todos evolucionamos. Estamos un poco más viejos, así que no vamos a saltar de los amplificadores ni nada. La última vez que me tiré de uno me rompí el talón de aquiles, y fue hace solo dos años (se ríe). No quiero que eso me pase todo el tiempo ni estar quebrándome. Pero los recitales van a ser realmente dramáticos, profundos, intensos.

-Hace poco te reconectaste con “Brother Wolf, Sister Moon” (1985), después de que el diseñador Rick Owens la usara en un desfile. Tal es así que decidieron volver a sumarla a las giras. ¿Cómo fue?

-Se siente como si hubiera sido hecha para este momento. Es una canción que podemos compartir con ustedes y darles un poco de conexión. Sé que la gente está perdida y que busca respuestas, conexión e intimidad. Creo que refleja el deseo de la comunidad por la intimidad, la conexión y revitalizarse. Somos animales sociales. Por ejemplo, no hay nada como estar íntimamente enamorado de alguien, conectado y presente. Ni tampoco con un grupo de amigos que experimentan lo mismo a la vez, y todos sienten una adrenalina increíble y profunda. Es eufórico. Alquímicamente, esa canción crea un momento en el que la gente baja los teléfonos. ¡Están tan metidos en el momento…! Ahí no existe público ni escenario: somos solo personas en una experiencia grupal. ¿Cómo funciona? No tengo idea. Preguntale a los científicos cuánticos, pero ni ellos lo van a saber (se ríe).

The Cult se presentará en el Estadio Obras el sábado 1 y el domingo 2 de marzo. El primer show está agotado, pero las últimas anticipadas para la segunda fecha se consiguen a través de AllAccess.

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