El autor más vendido de Alemania habla del verdadero significado del éxito, de sus personalidades múltiples y de cómo descarga sus penas con la ficción. Entrevista exclusiva.
Por Fabrizio Pedrotti.
“Cuando escribo le hago frente a las cosas duras. Por ejemplo, un amigo mío es forense, y su lugar de trabajo tiene cadáveres. Una vez pasamos y en un costado había una sala que parecía de pediatría: llena de sillas, algo para jugar y libros infantiles. Le pregunté si dejaba que sus chicos esperaran ahí mientras él trabajaba con cuerpos. Me respondió que era para los hijos de las víctimas, como cuando tienen que averiguar si una mujer se cayó de la escalera o si la mataron. Fue hace cinco años, pero todavía pienso en eso. Me parece increíble que exista un lugar así, y tengo que sacármelo de encima con la escritura. Las imágenes no se van, pero las enfrento mejor cuando las dejo salir. Si tenés un problema, una terapia es redactar. No lo solucionás, pero le das una estructura para afrontarlo. Así que algunas de mis preocupaciones fueron a parar a los libros”.
La bibliografía de Fitzek -autor de una veintena de novelas traducidas a innumerables idiomas- es testigo de eso. En 2006, “Terapia” destronó a “El Código Da Vinci” del primer puesto en Alemania; y también exploró temas como la desaparición de las personas; el ataque a mujeres en una clinica psiquiátrica (“El Experimento”, de 2008); los sintecho (“Noah”, de 2013); las pérdidas en alta mar (“El Pasajero 23”, de 2014) y la tortura animal (“Asiento 7A”, de 2017).
-¿Sentís que generás conciencia al escribir de eso?
-No es mi intención primaria: mi objetivo siempre es entretener. Pero una buena mentira necesita algo de realidad, ¿no? Siempre digo que mi subconsciente es mi coautor, y que le pone al libro las cosas que me interesan. Sé que yo, como humilde escritor de novelas, no puedo cambiar nada. Pero plantear las preguntas es el primer paso. En uno de ellos hablo de la violencia de género (de un marido a su esposa). Era un tema enorme en Alemania, y nadie lo abordaba. Los crímenes en las casas de billonarios también son una realidad, pero no pasan tan seguido. Lo que sí sucede es que las mujeres tienen miedo de volver a sus casas. Abordo esos tópicos, aunque no tengo un plan de diez temas sobre los que quiero hablar en mi vida. Es algo que se da durante la redacción.
-También escribís sobre problemas atemporales, para que los libros perduren en el tiempo. En cierta forma “Noah” entró ahí, porque hablaba de una pandemia. ¿Creés que otro tuvo ese mismo impacto?
-(Piensa). Sí, evito lo que sea sólo relevante por un período corto. Por ejemplo, en Berlín hay un aeropuerto que estaban construyendo hacía quince años. Dijeron que iban a abrirlo hace una década, pero nunca lo hicieron. Y lo gracioso fue que lo habilitaron en la pandemia, cuando no salía ningún avión (risas). También tuve un montón de problemas cuando empecé a escribir sobre nuestro pequeño aeropuerto, el Berlín-Tegel, porque capaz lo cerraban. Y si lo leías en tres o cuatro años te iba a parecer un libro viejo, porque ese lugar, en efecto, ya no existe. No hay problemas así con marcas como Coca-Cola o McDonald’s, porque supuestamente van a seguir por al menos 30 o 40 años. Pero fijate lo que pasó con Sony, que antes era Sony Ericsson, ¡y ya no! Hay un muy buen libro de Andreas Eschbach que se llama “Jesus Video”, pero nadie usa una cámara, todos filman con los celulares. También escribió sobre los e-mails, que eran muy nuevos. Es una gran historia, pero ya perdió la relevancia. Trato de evitarlo, y por eso nunca vas a encontrar un año específico en las mías. Como abordo fenómenos psicológicos, van a ser relevantes siempre… o hablo sobre el alma, que todos la tenemos. Espero que nadie la pierda en diez o veinte años (risas). En la otra cara de la moneda, si hubiera hecho un libro sobre el coronavirus, habrías pensado que me quería aprovechar de la situación. Sólo puedo publicar cosas que me parezcan relevantes a mí, y espero que también lo sean para alguien más.
-Cuando escribías “El Pasajero 23”, el personaje quiso hacer cosas distintas de las que tenías planificadas… así que te tocó volver a arrancar. ¿Se te rebelan seguido?
-No tanto como ahí, por suerte (risas). Pero en todos mis libros, el tipo termina haciendo algo que no esperaba. Por un lado es un muy buen signo, porque significa que tiene vida propia: yo nada más lo creé, y sólo voy siguiendo lo que él hace. Me mantiene expectante en qué se va a meter, me da curiosidad cómo va a continuar. Por otro lado me genera miedo, porque no sé el final (risas). En “El Pasajero 23” el personaje no sólo se rebelaba, sino que no quería quedarse en el barco, y tenía razones muy buenas. Yo quería hablar de lo que pasaba debajo de la cubierta, donde ni siquiera entran los fanáticos de la navegación. Pero no podés presionarlos para que hagan lo que querés, porque los lectores son inteligentes: detectan si es forzado. Mi única posibilidad era tirar esas primeras 80 páginas y escribir sobre un tipo que sí tuviera las razones para quedarse. Fue una muy mala experiencia, porque me tocó arrancar de cero. En todos los libros me pasó, aunque no tan así. Los personajes descubren su propia vida.
-Muchos lectores piensan que ya está todo hecho, y que en realidad continuamos reformulando las «narraciones clásicas» de distintas formas. ¿Creés en eso?
-Está la teoría de que cada cuento ya existe en algún lado. En las historias de crímenes, la trama básica es un detective viejo que se quiere retirar y se va lejos. Busca jubilarse, no tener nada que ver… y de repente descubre un crimen sin resolver que se vincula con su pasado. Ya lo oímos una y otra vez, pero nos llama la atención de nuevo. “Romeo y Julieta” es una inspiración para muchas novelas románticas, aunque los personajes son nuevos. Somos siete billones en el mundo, y cada uno tiene una realidad para contar. Tenemos que descubrirlas. Como todos son distintos, también se diferencia completamente el desarrollo. En “Identitat 1142” -un proyecto grupal de la cuarentena- nos repetimos la misma pregunta: “¿Qué pasaría si encontraras fotos tuyas en un teléfono desconocido?”. Y podrías pensar que las historias iban a ser similares, pero tuvimos miles de relatos distintos. Una chica joven las descubría al salir del colegio, y un anciano muy enfermo cuando entraba al hospital. Eran seteos completamente diferentes. Pasa con la comedia, el romance, el drama, la fantasía, el thriller psicológico. Quizás las historias ya fueron contadas, aunque es como la música: todos tenemos a disposición las mismas notas, y hay estructuras que se repiten, pero las canciones van a ser siempre nuevas.
EL SONIDO DE LAS PRESENTACIONES
-Ahora que lo mencionás, sos baterista y tocaste muchos años. Incluso lo hiciste en el lanzamiento de “Noah”, ¿verdad?
-Sí. Había hablado con amigos compositores, y la pregunta era por qué no existía una banda sonora para los libros, que crearan un aura cinemática en tu cabeza. Cuando leés algo «ves» las imágenes, así que podrías escribir un soundtrack de una película que sólo existiera en tu mente. Dijeron que era una gran idea y que podíamos probarla. No es que yo leía un fragmento y la banda tocaba después, sino en simultáneo. Y en medio intentaba entretener al público, ¡porque tiene que ser divertido! Les contaba que siempre había querido ser un músico profesional, pero que ahora se iban a dar cuenta por qué mi carrera se había terminado. Entonces el baterista y yo cambiábamos los lugares: él leía y yo iba al instrumento (risas). Como él tocaba mucho mejor, la gente entendía que era preferible que yo siguiera escribiendo (más risas).
-Claramente te gusta sorprender con las presentaciones, y llegaste a hacerlo en lugares como funerarias. ¿Cuán importante es darle “algo extra” a la gente, aparte de un autógrafo?
-Todo empezó por error. En 2006 salió “Terapia”, y nadie pensó que iba a ser un bestseller. Se vendía lento, no había eventos programados ni demasiada prensa, nada planeado. Hasta que se volvió un éxito, y las librerías empezaron a pedirme que hiciera lecturas. Nunca había ido a una, porque me parecía aburrido escuchar a un autor recitando partes de su propio libro. Y me di cuenta de que no tenía por qué ser así. Entonces llevé un video, un proyector y mi laptop, y conté cómo descubría mis ideas e historias. La dueña me dijo que había estado genial, que nadie había hecho eso: los demás solo iban y leían. Ahí descubrí que me gusta entretener a la gente, primero que nada. En Alemania tenés que comprar una entrada para esos eventos, y yo pensaba: “No, ya pagan por el libro, ¡pueden leerlo ellos mismos!”. Que si abonás un extra, te lleves algo más. Siempre pienso en dar un diferencial, y una de mis últimas giras fue un show enorme, con dos colectivos y quince tipos trabajando.
-¡Como un rockstar!
-Eran 60.000 personas en 20 lugares, algo increíble. Pero también me gustan las sesiones chicas, como la de la funeraria, que no fue mi idea. Mi proyecto era ver cuántas lecturas podía hacer en una semana con “Noah”, recorriendo Alemania en auto, y ver si llegaba a 50. Entonces decidí visitar a los lectores en sus casas: esos ganadores decidieron armar algo especial. Uno trabajaba en la funeraria, y me preguntó si me animaba a ir. Otras fueron en un hospital psiquiátrico, en una iglesia y en la sala de un dentista… en la silla médica (risas). Yo me llevé los créditos, pero ellos vinieron con las ideas. Visité todos los sectores de la sociedad: las casas normales, los campus de los estudiantes y los countries de la gente rica. Fue realmente raro, pero fue de mis mejores experiencias como escritor, porque me acerqué a un montón de lectores.
-Cuando presentaste “Terapia”, tu agente te sugirió corregir varias cosas: una de ellas era el lugar de la historia. Pasaba en los Estados Unidos, y dijo que te enfocaras en un ambiente conocido. ¿Qué otros consejos hubo?
-Sí, era en una isla en la Costa Este. El lector percibe si algo te interesa y lo conocés, en lugar de si sólo lo inventaste. Es más auténtico. Mi mánager, Roman Hocke, no me forzó a que cambiara algo: sólo me hacía preguntas. Y así se descubre a un buen agente o editor. Por ejemplo, me decía: “¿Por qué tu historia se da en Buenos Aires y no en Berlín, donde vivís?”. Mi mente empezó a procesarlo, y si sentía que la historia era mejor, lo cambiaba. La reescritura es muy importante. También me preguntaba por qué estaba en primera persona, y yo no tenía respuestas. Para serte honesto, pensaba que era más fácil. Me explicó que no, que si escribo desde mi perspectiva vuelco un montón de pensamientos, y el libro se hace largo y sin acción. Cuando lo pasé a tercera persona, quedó mucho más corto y con suspenso. Esa fue su segunda gran idea. Y también me sugirió que usara mi nombre real: yo tenía miedo y me había inventado un seudónimo, “Paul Lucas”. Según él, iba a estar triste cuando fuera un éxito y no viera “Sebastian Fiztek” en la tapa. Sus preguntas me dejaron entusiasmado y reescribiendo. Mi consejo para cualquiera es que arme su borrador y no deje de corregirlo. Y esta es la parte más difícil: que no se lo dé a nadie para preguntarle qué le parece. Porque si te da una respuesta positiva, es “gente buena”… y sino todo lo contrario (risas). Lo que importa es si te quedan preguntas al leerlo. Si las analizás, te llevan a un mejor libro. Así que hacételas.
-Tenés personajes argentinos, como en «El Pasajero 23». Y el viaje de “Asiento 7A” empieza en Buenos Aires. ¿Fueron inspirados por tu visita a la Feria del Libro de 2015?
-Sí, definitivamente. Y me encantaría volver, porque fue un verdadero placer. Buenos Aires es una gran ciudad, la gente es muy amable, y la Feria fue asombrosa. ¡Es tan enorme! En Alemania tenemos la más grande en términos de espacio, pero solo dura cuatro días, aparte de dos días en Frankfurt. La de Argentina estaba llena de lectores, y abría de las diez de la mañana a las diez de la noche, durante semanas. Me enamoré del país y de la ciudad. Quiero volver de nuevo.
-¿Cómo trabajaste en “Noah”, que pasa en casi todo el mundo?
-Es una historia pandémica (mucho antes del colapso). Me encantaría que el COVID hubiera sido ficción, pero pasó de verdad. Hoy no sacaría ese libro porque aborda teorías conspirativas, y no quiero darle ideas incorrectas a personas turbias. No se sabe cuán cruel es el peligro. Me gusta leer sobre cosas que no sean tan cercanas a mí, porque prefiero entretenerme y evadir lo cruel de la realidad. No haría un thriller relacionado con el coronavirus. Cuando empecé «Noah» había leído que la población crecía mucho, y que cada segundo nacían tres nuevas personas. Un científico dijo que somos como un virus para el mundo, porque invadimos el cuerpo y vivimos ahí. Hasta que el planeta muere y nosotros también, ya que no podemos alimentarnos más. Esto es lo mismo: tomamos todos los recursos de la tierra, y vamos a estirar la pata cuando se terminen la comida. Los problemas que tenemos fueron creados por los humanos. Empecé a investigarlo y sabía que el libro era diferente: no iba a ser un thriller psicológico ni ocurriría en un sólo país. Tuve un montón de miedos, te confieso que hacer “Noah” me llevó varios años de práctica. Fue completamente diferente a los demás.
VIVIR BAJO UN SEUDÓNIMO
Al tiempo, Fitzek publicó “Escuela de Sangre” (con el nombre de Max Rhode). Aunque el mote venía de un personaje de “El Proyecto Joshua” (de 2015), fue una decisión sorpresiva para un autor que ya era best seller. Pero Sebastian dice que no hubo limitaciones o preguntas de sus editores.
“Les sorprendió mucho, porque les dije: ‘Escribí un libro que es un libro de otro libro’, y ni les había mencionado que iba a hacer el primero -se ríe-. Pensé que ‘El Proyecto Joshua’ iba a ser el más fácil, porque el personajevive en Berlín y es autor, así que me tocaba redactar sobre mí. Pero cuando empecé, me di cuenta de que él era diferente y que hacía un estilo distinto. Era horror supernatural (a lo Stephen King), y yo soy del thriller psicológico, que es más real. Quería saber cómo hubiera sido el libro de ese tipo en cuestión”.
-En “El Proyecto…” hablás de cómo la tecnología nos sigue, y nosotros perdemos el control de lo que hacemos. ¿Alguna vez te sentiste asustado por las cosas que vos mismo buscabas en internet?
-Claro, y fijate las combinaciones: soy un padre que tipea “lugares de juego en mi barrio», y después «información sobre venenos» o «métodos ingeniosos para matar gente». Si la policía sigue mis rastros de Google, debe pensar que soy un asesino serial o un escritor. Me los imagino diciendo: “Esperemos que sea lo segundo” (risas).
Para el alemán, aquel proceso de mamushkas literarias entre el libro y su espejo se volvió cada vez más interesante. “Me gustaba cómo escribía Max Rhode”, estalla en carcajadas. “Suena esquizofrénico, pero los autores somos así: tenemos personalidades múltiples. Escribí el primer capítulo y pensé en ponerlo en ‘El Proyecto…’, para que el lector viera cómo redactaba Max. Pero también me intrigaba saber cómo terminaba… ¡así que escribí la historia completa! Les entregué ambos libros a los editores, que no supieron qué hacer. Me preguntaron cuál publicar primero, y les dije que no tenía idea. Ellos querían sacar ambos como Sebastian Fitzek, pero les hice entender que al segundo lo había hecho Max Rhode, y que el estilo era completamente diferente. Así que estuvieron de acuerdo”.
-Justo nombrabas a Stephen King, y me recuerda a “Desesperación” y “Posesión”: ambos comparten personajes y salieron el mismo día (en 1996). Sólo que el segundo fue con un seudónimo.
-Oh, sabía de sus libros como Richard Bachman y soy un gran fan, pero lo ignoraba. Siempre imaginé que alguien lo había hecho antes. Tengo su última novela acá, pero hubo una etapa que no leí.
-En tu caso, ni siquiera se conectaron en términos de marketing: hay que descubrirlos casi por casualidad.
-Sí, y es lindo que busques si el libro que se nombra en “El Proyecto Joshua” realmente existe… ¡y te enteres que sí! Lo que me gusta del thriller psicológico es cuando el lector ya no puede confiar ni en sí mismo, y me encanta crear ese sentimiento. Que no se sepa si una historia es real o ficción. Esto es igual, sólo que en la vida.
Pero uno de los libros que le llevó más trabajo a Fitzek fue “The Eye Collector” (que aún no se tradujo al español), porque tuvo que meterse en la rutina de un no vidente. Una de las presentaciones, incluso, fue en plena oscuridad.
-¿Te genera más presión cuando es un terreno que no viviste, como ese?
-(Piensa). Sí, sentí mucha tensión desde que puse en Facebook y en Twitter que el próximo iba a tener un personaje ciego Una chica me dijo que por favor no escribiera la misma mierda que los autores de Hollywood. Así que mi primer pensamiento fue: “Wow, una no vidente usa las redes”. Y me di cuenta de que no podía escribir sin insights, porque cuando ella vuelve a su casa… ¿prende las luces? ¿Hay siquiera focos? ¿Tiene espejos en el baño? ¿Pone fotos en las paredes? ¿Cómo es su hogare? Entonces le pregunté si podía ayudarme a evitar los errores. Me dijo: “Sí. Estoy en un grupo de quince personas ciegas y una que puede ver. Ella nos lee tus libros y luego los comentamos». Así que nos juntamos y me respondieron las preguntas: obviamente tienen lámparas, espejos y fotos; sus amigos sí pueden ver, y no quieren que ellos se sienten en la oscuridad cuando los visitan. Podría haberme dado cuenta por mí mismo, pero no hubiera sido lo mismo. Aunque si sos ciego de nacimiento, ¿cómo son tus sueños? ¿Concebís las imágenes? Me respondieron que no, pero que los escuchan, los sienten y los huelen. No tienen idea de los colores, por ejemplo. Es completamente diferente de los que perdieron la vista cuando tenían veinte, que conservan “fotos” de sus recuerdos.
LA FELICIDAD Y EL ÉXITO
-Para muchos lectores, “el bien siempre tiene que ganarle al mal”. ¿Te pasa con tus ideas?
-Lo entiendo, y siento que lo positivo está mucho más presente en el mundo. Cuando leemos las noticias parece lo contrario, pero como dijo mi mamá después del 11 de Septiembre: “Fijate toda la gente que está ayudando. Siempre hay más personas contribuyendo que destruyendo”. Lastimosamente sólo necesitamos que tres, cuatro o cinco tipos se junten para tomar de rehén al mundo, o hacer algo muy cruel de lo que hable todo el planeta. Por cada asesinato hay un montón de gente compensando con el bien. No solamente policías y bomberos: pueden ser personas normales que comparten pensamientos positivos en Facebook. El bien es mayor, pero precisamos “enfrentar lo malo» para estar seguros. Por eso siempre nos enfocamos en las noticias negativas: porque a algunos las buenas no les cambian el día a día, entonces para ellos no son tan relevantes. Lo que me gusta de las historias de horror es que lo mejor llega al final. Creés que todo se resolvió, pero en la última imagen ves que el mal resurge. Como en las pelis de aliens, cuando todavía hay una célula que podría ser una criatura espantosa. En mis libros, el bien arregla gran parte de los problemas, pero nunca todos, porque no sería realista. Tener un final totalmente feliz es fantasioso, jamás va a estar todo esté bien. Quizás salvamos la vida de un personaje, ¿pero por cuánto tiempo? Eso queda abierto, no lo sabemos. Todos vamos a morir y desconocemos cuánto nos queda. Son preguntas que el lector tiene que responder. Así que de nuevo, un final feliz es algo hermoso, pero la mayoría de los míos no son así (risas).
-También sacaste un libro infantil, “Fish Climbing Trees” (2019), y hablás de cómo muchas crisis son creadas por universitarios “triunfadores” para la sociedad. ¿Hay una visión falsa del éxito?
-Estás muy bien informado, ni los de mi país me hacen preguntas tan buenas. Tengo hijos, y quiero que se pregunten algo: ¿qué es el éxito para ustedes? Porque todos saben lo que significa para el resto. Por ejemplo, para los demás soy un «triunfador» cuando vendo un montón de libros o si hago mucha plata. Con un bestseller, digamos. ¿Pero para mí es lo mismo? Lo medimos en parámetros muy raros. Lo importante es quién es más feliz, tiene mejor salud o durmió mejor anoche: ¿vos o yo? No podemos saberlo, no se mide. Y lo cuantificamos con cosas fáciles… ¡pero que no son valiosas! Nos fijamos quién tiene más plata, el auto más grande o el pasto más verde. Primero que nada, esto es un juego: todos se comparan, especialmente en las redes. Ahí se ve quién es más lindo o tiene estátus, y fueron inventadas por gente inteligente. No quiero culparlos, pero trato de no pensar que solo soy exitoso cuando otros lo dicen. Capaz yo pienso que mi nuevo libro va a ser un hit en ventas y que van a amarlo, y no. Lo que sí sé es que a mí me gusta, y que estoy feliz por haberlo escrito. E incluso si todos dijeran: “Esta es tu peor obra”, o “la devolví a la librería”, yo podría decirles que es su opinión. Para mí, la victoria es poder haber trasladado mis ideas a un libro. Si alguien lo mide viendo si es un best seller, es su problema. Mi parámetro es si puedo mirarme al espejo. Obvio que siempre es más fácil si vas ganando en “el juego”, pero conozco un montón de autores deprimidos, que se preocupan porque a su nuevo libro no le va tan bien como al anterior. Y les digo: “¿Te acordás cuando empezabas a escribir? Ni sabías si alguien te iba a publicar. Tu sueño era que alguien te leyera, y sólo el 1% consigue firmar con una editorial. Siempre hablabas de tus sueños, y ahora te estás comparando con los demás”. Es el primer paso para la frustración, porque siempre va a haber alguien más inteligente, más grande o con más plata. No puede ser el parámetro, no tengo que dejarme llevar por eso, porque es muy fácil caer ahí. Para mí es un éxito que vos y yo estemos haciendo esta entrevista, es totalmente increíble. Empecé a escribir por hobbie y ahora hablo con vos, en Buenos Aires, sobre mis libros. Incluso si fueras el único en la Argentina que me leyera, ya sería un gran éxito, porque nunca imaginé que iban a publicar mis libros allá. ¿Por qué debería ponerme triste si el próximo no vendiera tanto? Son parámetros del resto; tenés que encontrar los tuyos. Es realmente difícil, porque la sociedad, los políticos y tus padres te dicen que tenés que tener un buen trabajo, plata y demás. Es complicado encontrar la propia felicidad.
-Y hay cosas que escapan de tu control: podés escribir una historia hermosa, pero capaz no se publica en el mejor momento. El mejor ejemplo es que “Terapia” se lee hoy. La gente sigue metida con tu primer libro, y eso es más difícil que llegar al best seller.
-Sí. Y como epílogo de “El Envío” (2016) agregué diez mails y cartas de lectores, porque quise mostrar qué es el éxito para mí. No es que me digan “me gustó”, sino que alguien que se recuperaba de las drogas me cuente que necesitaba algo para distraerse en rehabilitación, y que lo haya ayudado en el camino. Hubo otro de un maestro, con estudiantes adultos analfabetos. Él les empezó a leer “Terapia” y aprendieron así. Es un éxito enorme, y a un montón de autores les pasa, pero se deprimen porque no venden tanto. Si esa es la única medida en nuestra sociedad, algo va mal. No soy anticapitalista y no hay nada de malo con la plata, pero es loco cómo las redes hacen que chicas y chicos se depriman porque cuentan los likes. Miran quién tienen más followers en Instagram, en vez de fijarse si los rodean buenos amigos. Y cuando esos “me gusta” bajan, se frustran. No se dan cuenta de que es un juego. ¡Es como deprimirte porque no ganás en un tragamonedas de Las Vegas! Vivimos momentos muy duros, especialmente los que somos padres, por culpa de las redes sociales. Hay un buen documental en Netflix sobre eso, y yo mismo lo veo en mi Facebook. A veces entro y pierdo seguidores, así que me pongo mal. ¿Pero por qué perder el tiempo fijándome en eso? Mejor hacé lo que te gusta, ya sea escribir libros o estar con tu familia. O como vos, que preferís entrevistar y hablar con la gente. Descubrí lo que realmente amás: ese es el mayor éxito.