Julio Breshnev analiza las puertas que se les abrieron con “Igual/Distinto”, y cuenta que muchas veces tuvo ganas de llorar sobre el escenario. Entrevista previa al show del viernes en La Trastienda.
Por Fabrizio Pedrotti, para Rock.com.ar.
“Hay algo que critico mucho del reggae, sobre todo del de acá: siento que me están adoctrinando o guiando –dice el frontman de Vetamadre–. Yo siempre tuve la necesidad de decir lo que me pasaba, pero para sacarme eso de encima, y para compartirlo con alguien a quien le estuviera pasando lo mismo”.
Desde hace casi veinte años, su banda es eso: un cable a tierra que toca en la sensibilidad de cientos y cientos de personas. Para los que escucharon a Vetamadre, no hay punto medio: si conectaste con ellos, lo más probable es que te hagas fanático.
Es imposible que la ecuación falle si juntamos a un experto en estribillos -Breshnev es la voz y letra de “Tanta gloria, tanto fútbol”-; a un bajista que combina a Peter Hook, a Simon Gallup y a Eric Avery; a un tecladista influenciado por Rick Wright y a uno de los bateristas más sólidos del país. Ellos saben que no hay que negar lo malo, sino hacerle frente. Y ahí está el secreto de la llegada con su público.
Breshnev lo analiza así: “Cada vez que escribo, pienso: ‘ojalá que esto le esté salvando la vida a alguien. Yo tengo esta pregunta, ¿vos también? Encontremos juntos las respuestas”.
-¿Y cuáles son esas preguntas?
-Por ejemplo, por qué me quedo en una gran ciudad, cuando me encantaría estar en una montaña. Para mí, Vetamadre fue el despertar místico.
-“Libérenme” habla de eso.
-Claro, de la opresión y el mandato. La maestra, el policía en la esquina de tu casa, el político que te miente, el jefe que te marca cómo tenés que vestirte o que te pregunta por qué usás aros… Eso encierra mi mundo interior y mi necesidad de ser libre. Igual soy parte del sistema, y sé que el que está afuera de eso la pasa muy mal.
-Muchos de tus temas son melancólicos. ¿No te cuesta volver a ponerte en esa piel cuando los tocás y estás alegre?
-No, para nada. Las canciones tienen vida propia, y mis letras me recuerdan a los momentos donde las escribí. Alguna oración me puede llevar a una fase de dolor, de entendimiento, de placer o de descubrimiento. Cada vez que las hago en vivo, vuelvo ahí. Pero capaz toco en Río Cuarto y pasa algo en una parte de “Libérenme”, donde me uno de una manera especial con un fan. Y la próxima vez, todo ese bagaje va a estar sumado. No sólo me es fácil conectarme, sino que por ahí se me dificulta no engancharme tanto. A veces tocamos “Para vos” y hay gente llorando. Y yo mismo me emociono tanto, que por ahí tengo que pensar en los Sex Pistols para que no se me caigan las lágrimas (risas).
-¿Tuviste ganas de llorar en tus propios shows?
-Sí, varias veces. El año pasado, me pasó con ese último tema en el Teatro Vorterix. Vi a tanta gente tan compenetrada… y se sumó con lo que significaba para mí. Muchas veces necesito decirle algo a alguien y sé que no me va a entender, entonces se lo cuento con una canción. También me pasó con “Libro nuevo”, que era para una persona específica. Si no pensara en “sexo, drogas y rock and roll”, muchas veces me quebraría.
-¿Te ves como un tipo melancólico?
-Un amigo me vive diciendo que soy divertido y gracioso, y me pregunta por qué mi música es al revés. Y le respondo que me conecto con las canciones mediante la emoción. Las canciones divertidas no me garpan, no me llegan. Nada de lo que escucho es pasatista. Por más que sea heavy, acústico, hardcore o celta, tiene que tener sentimiento. Soy sociable y entretenido, pero en mi alma cargo con un lado oscuro.
-Otros pintan un cuadro para hacer catarsis. Vos escribís.
-Exacto. Y sé que mi camino es solitario. Por más que me acompañen los que tengo al lado, estoy solo adentro de mi cuerpo, atrapado adentro de esta aventura que es la vida. Es genial, y a la vez es difícil. En “Torrente”, canto: “Qué fácil vivir sin conectarte a los sentidos/pero sin sentido, ¿para qué?”. Cuando iba a la escuela, veía que mis compañeros eran buenos en matemática, o que les gustaba quedarse fuera de hora con otras actividades. Y me preguntaba por qué no era como ellos, por qué me torturaba con la estructura, la autoridad y el futuro.
-¿Eras un buen alumno?
-No me iba mal. No tenía muchas carpetas ni libros, era medio colgado. Dormía si podía, pero quería estar afuera, haciendo algo más. Cuando escribía algún cuento como tarea, los profesores me decían: “¿por qué pusiste tal cosa?”. Me hubieran corregido las faltas y ya. Si no lo podían entender, que no lo hicieran. Pero sino, deberían haberlo compartido conmigo y preguntarme qué me pasaba.
-¿Te acordás de alguna vez en especial?
-Sí. Un profesor me citó por una composición, y me dijo: “La verdad, no entiendo por qué tanta agresividad. Hablás de un perro rabioso, pero en realidad…”. Y le respondí: “dejá, no hablemos más”.
-¡Eso no salió en ningún disco!
-No, está guardado (risas). Pero hubo pedazos que mutaron, por ejemplo en “Loopeándome”. Quería jugar con los días de la semana o con los meses del año, como Stone Temple Pilots y The Cure. De golpe encontré un texto viejo mío, y pensé: “me falta todo el resto”. Ahí me acordé de una noche que había ido a lo de unos amigos en Pinamar, y como a la noche llovía y llovía, yo escribía en forma de prosa. Así que se lo agregué. Sábato se preguntaba cómo podemos estar acá pasándola tan bien, cuando hay todo tipo de problemas.
-El libro “El túnel” es un ejemplo de eso.
-Sí, y también “La resistencia”, cuando habla de la televisión, y de cómo los insectos se pegan a la luz como nosotros nos embobamos con la tele. Todo el pedacito que recito en el medio de “Letargo”, era de un ensayo que había hecho y que sentí que incorporar. Lo mismo con “Lluvia cósmica”: vi nubes locas en el cielo, y de golpe me di cuenta de que podía ajustarse a un tema.
-¿Te pasó a la inversa, de haber hecho algo muy feliz y que no encajara? Como “Ácidosurf”, que llevaba guardado varios años.
-¡Sí!
-¿Por qué no lo habían sacado?
-Por eso. Era un reggae medio alegre. Se llamaba “Seryo”, o “El capitán”. Nos lo pedían en vivo, y les decíamos a todos que no insistieran más. En realidad, lo desempolvamos porque lo volví a soñar. En mi fantasía, estaba con el Gallo –manager de Vetamadre- por Av. Corrientes, pasando frente al Gran Rex y al Ópera, y sonaba esa canción, pero muy rockera. Y él me decía: “si lo graban, va a ser un hit”. Así que cuando me desperté, me pregunté si darle bola al sueño. Y Coca –Monte, bajista- me insistió. Esa fue una de las primeras canciones que desechamos porque vimos que al público le gustaba, que estaban todos felices y querían corearla. Así que en su momento dijimos “dejémosla afuera. Somos más introspectivos”. Y hoy nos abrió la puerta para entrar en una compañía –lo dice por Sony Music, con quienes firmaron en 2014-. Estamos en una etapa de efecto dominó: cuando abrimos una puerta, nos encontramos con cinco más, y de cada una salieron otras. Fue exponencial. La gira de México fue parecida: hicimos esto, lo otro… y llegamos al Vive Latino. “Ácidosurf” fue la punta para abrirnos. Le dimos el carácter que tiene Vetamadre, y lo logramos.
La paradoja del arte
-“Vientre” (2006) fue un disco más luminoso, pero lo contradictorio es que ustedes se sentían mal. ¿Qué pasaba?
-Creo que en la música está ese absurdo. Cuando estoy muy mal no me sale componer. Una vez que toqué fondo y empiezo a levantarme, ahí puedo plasmar mis ideas.
-¿Qué te ayuda cuando tocás fondo?
-Cosas distintas en cada momento, como la meditación. Hace muchos años que hago terapia con diversos métodos. Y la música, también. Me ayuda el “hacer”. Es como cuando me dicen: “¿Te sentís mal? Andá a comprarte algo”. Pienso: “¡Qué boludez!”, pero me lo compro y digo: “voy a llegar a casa y lo voy a probar”, y ya me cambia el ánimo, por más que sea sólo un cepillo de dientes. Con respecto a lo que pasó en “Vientre”, en ese momento me separaba de mi pareja de toda la vida. Cuando se rompió la relación, vi que mis allegados también se ponían tristes. Lo notaba en sus ojos. Fue una cosa contagiosa, y en ese momento directamente no podía hacer un disco.
-¿Tenías depresión?
-No sé, era tristeza e imposibilidad de crear. Coca me dijo: “¿Por qué no lo exorcizamos?”. Y ahí me vino la idea de hacer un CD con la tapa blanca, lo más luminosa posible. Después un montón de notas dijeron que era nuestro trabajo más oscuro. Ahí pensé: “Ya fue, estamos condenados al estigma” (risas).
Sólo para poder volver a empezar
-En el documental de “Igual/Distinto”, plantean que “la independencia de Vetamadre había llegado a un techo”. ¿Qué hubiera pasado si no firmaban con Sony?
-Hace unos días hablábamos de eso, y la primera conclusión fue que no hubiéramos seguido. A “Nocontrol” (2012) casi no lo habíamos tocado. Yo no estaba muy conforme, porque pretendía que sonáramos de otra manera y no lo lográbamos.
-¿Qué buscabas?
-Que fuéramos más crudos, como en el vivo. “Otroviaje” (2010) me pareció una genialidad, y para “Nocontrol” repetimos la fórmula. Era demasiado fino, y yo quería algo más rockero. Entre eso, el nacimiento de mi hija y del hijo de Fede –Colella, baterista-, pusimos toda la líbido ahí. Era un momento difícil del país, teníamos complicaciones para viajar, y como mostrábamos algo diferente, se nos hacía muy cuesta arriba. Pero Vetamadre trasciende lo económico, así que lo pensamos un rato y dijimos “no nos hubiéramos separado. Estaríamos tocando igual”.
-Uno de los momentos más “Spinal Tap” de la banda fue cuando tocaron en Santa Fe, y un grupo que hacía temas de ustedes llevó más gente.
-Eso fue genial, porque aparte de haber sido en la misma ciudad y el mismo barrio… ¡era al lado! (risas). Coca salió con el Gallo y entraron a ese bar, porque les dijeron que había una banda que tocaba canciones nuestras. Nosotros habíamos metido sesenta personas, y eso que lo teníamos de invitado a Pichu Serniotti -Jauría, Cabezones-. Y show el de ellos estaba lleno (más risas). Otra cosa que nos jugaba muy en contra era que poca gente se enteraba de los shows, porque nuestra comunicación siempre fallaba. Los afiches no llegaban a tiempo, por ejemplo, entonces tocábamos y nada más.
Conectado a la corteza
-Al escuchar a Vetamadre, la primera impresión es que escribís en momentos oscuros y solitarios. Se nota en “Flotando”, “Torrente” y “Mar”.
-Llevo una vida muy caótica. No tengo horarios para levantarme ni para acostarme, y por eso tuve problemas viviendo con otra gente. Si me surge algo, tengo que documentarlo y registrarlo en ese momento. Muchos de los temas salieron así. Coca me dice lo mismo que vos.
-Son letras que tocan los mismos asuntos que Steven Wilson, por ejemplo.
-Sí, hay mucho de eso. Y hay veces que me vienen frases que tan fuertes que ni las escribo.
-¿Pensás que si quedan en tu mente, es porque son buenas?
-¡Exactamente! Y sino, las dejo pasar. Hubo temas que los fui componiendo durante meses.
-¿Como cuáles?
-Antes nombraste a “Libérenme”, y ese caso fue bastante catártico. Tiene que ver con los chicos que viven con padres que “no se animan” a separarse.
-¿Y cómo nació “Letargo”?
-Me había mudado de barrio, y en las esquinas había muchos chicos que se juntaban a tomar unas cervezas. Siempre me sentí muy seguro en Buenos Aires. Y cuando me fui ahí, mis amigos y mi vieja me decían: “¿Y estos pibes, qué onda?”. Así se me ocurrió la letra “¿qué estás haciendo ahí, sentado en esa esquina, mirando al mundo entero?/Quizás estés tratando de respirar”.
-¿En dónde fue?
-En Don Torcuato. Era un lugar muy disparejo, con algunas casas muy grandes y otras muy chiquitas. Lo mismo con las calles. Y de golpe, miré al cielo y pensé: “¿qué hace esa estrella que se mueve? Ah, no, es un satélite”. Entonces, lo vinculé con la polución. Por ahí queremos ver la luna, ¡y nos la tapa el cartel de una gaseosa! Toda esa bronca me queda internamente, y no sé cómo va a salir. En esa canción hablo del holocausto, que en realidad es “la quema de todo”. En 2003, había un neonazi que me discutía por mail. El tipo pensaba que estaba hablando de los judíos, pero nada que ver. Lo mío es portación de rostro: cuando me para la policía, me revisa el auto para ver si hay drogas. Todo porque tengo barba, chiva, aros…
-¿Te pasó muchas veces?
-Sí, unas cuantas. De noche, cuando estoy escribiendo, salgo a caminar solo, porque necesito tomar aire. Y siempre alguna señora llama a la policía y dice: “hay un muchacho raro dando vueltas por el barrio”. Cuando los canas me preguntan qué hago, les respondo que estoy paseando y me dicen que me vuelva a mi casa. Entonces me acuerdo del que tiene gorrita y capucha, que pensamos que nos va a afanar. Este es un mundo lleno de estereotipos, y justamente, la idea de Vetamadre es hacerle frente a eso.