La banda de Araujo, Fargo y Jamardo tocó en la Fiesta Clandestina, el sábado pasado. Crónica de un grupo que evoluciona a cada paso.
Por Fabrizio Pedrotti, para Rock.com.ar.
Fotos: Santi Sombra.
En “Dos huecos”, su disco de 2008, Gran Martell se pregunta: “¿Cuántos huecos hay?”. Y aunque el álbum haya salido hace exactamente diez años, sin dudas pasó el test del tiempo.
Esta noche, mientras la banda toca esa canción homónima en Groove, muestra que evoluciona y nunca se queda en el mismo lugar. Hay más espacio para lo instrumental (como se experimentó en “4”, de 2016), Gustavo Jamardo y Jorge Araujo están cada vez más afianzados en su lugar de co-líderes; y el guitarrista Tito Fargo apela a un perfil bajo pero experimental. Por eso, no hay huecos en el sonido: Gran Martell es una combinación de tres partes iguales, tanto que parece que hubieran estado destinados a encontrarse.

“Gracias a toda la gente de Carajo”, repite varias veces Araujo desde su batería, en alusión a la banda que cerrará la noche. Mientras tanto, en la escalera que lleva al backstage hay una postal que muchos se pierden: Tery Langer y Andy Vilanova enfilan hacia los camarines con parte de sus instrumentos, pero se quedan hipnotizados con lo que ven sobre el escenario.
“¡Vamos, Jesús!”, le grita alguien a Gustavo Jamardo. El bajista se ríe, se arrodilla en el escenario y nunca deja de arengar al público. Jorge Araujo hace lo mismo: toca con todo el cuerpo, y da el 100% en cada canción. Desde los pies hasta la punta de la cabeza, la performance del ex Divididos es sublime, física y sobre todo muy corporal.
“Tango griego” y “Redes” son dos de los más festejados de la noche, en los que Fargo juega con su delay Line 6, su DC Drive y diversos chiches. El violero es una suerte de pintor de texturas, siempre en consonancia con el resto de la banda. Por eso, por más que las canciones sean las mismas, mutan hasta volverse irreconocibles: una prueba de que Gran Martell crece constantemente.
Cuando ya pasaron 50 minutos y son casi las dos y media de la mañana, el trío se saluda para la foto y agradece al público. “¿Hacemos una más?”, inquiere Araujo, acompañado por la respuesta de la audiencia, las luces y las visuales, que no se detienen ni un segundo.

Como en una especie de pastiche, Gran Martell mezcla “Empetrolado” y “El amigo del rey”, canciones de dos tiempos y discos totalmente diferentes. Pero no importa la época: ellos conocen bien el secreto de la evolución, y lo aplican con destreza durante toda la hora del show. Es sabido que les gusta reversionar sus propias canciones, lo que los lleva a alcanzar un status diferente del resto de las bandas.
Por eso, cuando Gran Martell se pregunte en algún concierto: “¿Cuántos huecos hay?”, la respuesta obvia será que “ninguno”, porque cubren con creces cualquier grieta. Después de esta noche, la verdadera duda es dónde los llevará el próximo disco. Ojalá que no falte mucho para saberlo.