El bajista analiza “Whoosh!”, el nuevo disco de la banda, en el que se replantean la visión de la humanidad. Además habla del terrorismo, de la sobreinformación y de por qué no quieren “sonar como en las viejas épocas”.
Por Fabrizio Pedrotti, para Rock.com.ar.
Este reportaje es parte de una trilogía de charlas de Deep Purple con Rock.com.ar, que también tendrá entrevistas con Ian Paice y Don Airey en las próximas dos semanas. Quedate atento/a.
Hace 50 años, a Roger Glover lo estaban hipnotizando en algún lugar de Inglaterra. Y aunque la práctica ya se entendía como un «ingreso al inconsciente», durante décadas se la había vinculado con milagros y variantes del ocultismo. Pero menos mal que el bajista aceptó: sino quizás habría abandonado Deep Purple, varios clásicos no existirían y esta entrevista no estaría ocurriendo. Para él, sin dudas, fue una etapa de quiebre.
“Tenía mucho dolor al costado del estómago -dice hoy, desde su casa en Suiza-. Yo lo vinculaba con una cirugía de apéndice que me habían hecho, pero no era eso. Estaba desesperado porque me dolía un montón, sobre todo en el escenario”. Un inconveniente importante, considerando que ya había salido «In Rock» (1970) y faltaba presentarlo por varios países… sin mencionar las grabaciones y giras que vendrían con «Fireball» (1971) y «Machine Head» (1972).
Así pasaban los días, y para el galés no había remedio. “Hasta que volví desesperado y le pregunté al médico qué más podía probar, porque ya me habían hecho todos los análisis. Ahí me introdujo a la hipnosis, y me recomendó a un especialista que visité cuatro o cinco veces. ¿Sabés qué era? Estaba sufriendo una tensión inconsciente. Después del tratamiento, el dolor se fue por completo y volví a tocar”.
Del otro lado de la línea, Glover se toma unos segundos para reflexionar: “Se ve que la cura estaba adentro mío”. Hoy, a exactamente medio siglo, el bajista parece más saludable que nunca: desde entonces fue él quien hipnotizó miles y miles de veces al público (y no al revés). Lo único que lo afecta hoy, dice, es la cuarentena. “Al menos todavía estoy vivo -se ríe-. Es lo normal, pero lo llevo bien”.
Pero volvamos a «Whoosh!», el nuevo disco de Deep Purple: al margen de que se haya grabado el año pasado, los cinco veían un panorama complejo. En “Man Alive”, por ejemplo, Ian Gillan canta sobre cómo “los seres más inteligentes” se extinguen por una pandemia, mientras el pasto se mete por el pavimento y los animales salvajes caminan en las calles.
-Podría pensarse que la escribieron recién, ¿verdad?
-Sí, y creo que fue una reacción a lo que observábamos en general. El tiempo pasa muy rápido, y en el esquema histórico, nuestra vida representa un fragmento muy pero muy pequeño para la tierra. Estamos acá y al instante nos vamos… ¡bang! (chasquea los dedos). Mirándolo en perspectiva, no significamos nada. La gente habla de salvar el planeta, pero él va a sobrevivir: los que vamos a extinguirnos somos nosotros. La tierra sabe cuidarse y llegó hasta acá. Tenemos que aprender a vivir en el presente, día a día y hora a hora, porque nada de lo que nos preocupa es realmente importante. Quizás mi punto de vista sea negativo, pero lo entendí cuando murió mi papá: fui a su departamento y vi todo lo que había cuidado y atesorado por años, como fotos de amigos y demás… y ya eran inservibles. Agarré algunas cosas porque eran suyas; sin embargo, lo que él había disfrutado ya no valía nada. Me di cuenta de que todo lo que me rodea, como mis pertenencias y recuerdos, también van a ser chatarra en el futuro. Entiendo que tengamos que trabajar para comer y subsistir, pero este ritmo nos saca gran parte de nuestros momentos más valiosos. Así que desafío a que crucemos esa lógica. Nos estamos poniendo filosóficos, ¿no? (se ríe).
-De alguna forma es lo que decían en “A Simple Song”, hace siete años.
-Totalmente. Bueno, Ian compuso “Man Alive”, y yo hice la que nombraste. A veces escribimos por separado, pero después leemos las frases y es como si las hubiéramos creado juntos (más risas). Esta es la visión de Gillan sobre aquel planteo mío.

-Entrando más en el concepto del disco, ¿cómo creés que tratamos al planeta en los últimos cientos de años?
-(Piensa). No sé si se pueda decir que “bien” o “mal”, simplemente es así. Por ejemplo, el coronavirus es una amenaza horrible, pero realmente vamos a tomar dimensión en el futuro. Hoy tenemos que luchar. Nadie sabe cómo, excepto el personal de salud, y deberíamos escucharlos. Esta situación genera cosas positivas y negativas, aunque desgraciadamente son más las malas. Por suerte, la gente se cuida mejor y la percepción de la vida es diferente. No creo que ninguno de nosotros haya experimentado algo así; por lo que sé, es la primera vez en el mundo. Y tampoco pienso que volvamos demasiado rápido a lo que llamábamos “la normalidad”. Muchos dicen que es como una guerra, y de un modo sí, porque nos afecta a todos, no sólo a los políticos… aunque históricamente, los conflictos bélicos también aceleraron los progresos. Varios encuentran algo nuevo para hacer o un campo de acción distinto, y eso ya es un crecimiento. Otro costado positivo es que el smog, la polución y la niebla se fueron de ciudades como Los Ángeles. Un amigo vive allá y no puede creer que el oxígeno esté tan puro. ¡Este virus hizo más por la ecología que cualquier político! Nos obligó a no salir, a no manejar y a parar las aglomeraciones de tráfico. Si hay un lado bueno, definitivamente es que limpió el aire.
Así como Glover habla desde un costado filosófico, también se ríe. “Hay que tener mal gusto para ponerle ‘Whoosh!’ a un disco, pero por lo menos es directo y fácil de recordar. Como queríamos remarcar que la vida pasa en un santiamén, no hubiera encajado si lo llamábamos ‘The Desolation of Smaug’”, ironiza (citando a El Hobbit).
Y continúa: “Nunca seguimos la imagen ni los conceptos del heavy metal, sólo hicimos nuestro camino. Si mirás las tapas de Deep Purple, muchas son bastante bizarras. O sea, ¡a un disco le pusimos ‘Bananas’! (más risas). Si tuvimos huevos para eso, era obvio que íbamos a animarnos a usar ‘Whoosh!’, ¿no?”.
PALABRAS CRUZADAS

En la nueva placa -que es la séptima con el guitarrista Steve Morse y la quinta con el tecladista Don Airey-, las letras del grupo también abordan la sobreinformación. Por ejemplo, en “No Need To Shout” hablan contra los discursos sin sentido y remarcan la importancia del silencio.
-Hace años dabas un buen ejemplo de eso: el inventor del telégrafo estaba muy contento con su creación, hasta que comprendió que no tenía nada para decir. Con tantas vías de comunicación, ¿creés que el mensaje pasó a ser secundario?
-Sí. Pensá que crecí en los ‘50s y ‘60s, y las noticias se daban a las seis de la tarde, a excepción de algunos programas. Esa era la «hora triste». Volvíamos del trabajo, prendíamos la tele o la radio y nos enterábamos de las novedades. Ahora hay noticias 24/7, en cientos de canales y medios. Y como no podemos absorber todo lo que pasa en el mundo, recibimos mensajes mezclados y sobreinformación. Los noticieros se volvieron lugares de entretenimiento: son opinión, más que datos. Lo que mencionás del telégrafo lo leí en “Amusing Ourselves to Death” -de Neil Postman-. El tipo había encontrado la manera de mandar mensajes alrededor del planeta, sólo para enterarse de que la princesa Adelaida tenía gripe, ¿sabés? (risas). Eso no es noticia, ¡es basura!
-¿Y creés que, de forma cíclica, volvimos a lo mismo?
-Tal cual, pero cualquier herramienta de progreso es una espada de doble filo. Internet es el ejemplo más grande, porque fue una idea brillante, pero puede ser muy peligroso: se difunden rumores, se dicen cosas desagradables y se amenaza a la gente. Por otro lado no podría vivir sin conectarme, porque cada vez que necesito saber algo, entro y lo busco. Es excelente, no tengo que subirme a un colectivo e ir a la biblioteca. Está ahí, en mi mano.
-En “Drop The Weapon” critican la falta de control sobre las armas. Incluso nombran a San Francisco, donde hubo un tiroteo en 2017. ¿La incluyeron por eso?
-No específicamente. Es una referencia al movimiento hippie y al flower power, que nos envolvía a todos en los ’60s. Desafortunadamente, por más que me haya gustado mucho, el mundo no estaba hecho para esas ideas. La destrucción es parte de la naturaleza humana. O sea, fueron años hermosos: estábamos con Episode Six -junto a Gillan- en plena Generación Beat. Usábamos gorros y collares, le tirábamos flores al público… era asombroso, y ese lapsus de amor no podía durar demasiado. No es lindo decir “tiren las armas”, pero ahora hubo razones para hacerlo. Si no hubiese pistolas en manos de todos, la canción no existiría.
-Y por la pandemia, la venta de revólveres creció en los Estados Unidos…
-Sí, es parte de la paranoia. Mientras más armas haya dando vueltas, más muertos va a haber. Es una ecuación simple.
-En “Birds of Prey”, de «Infinite», también hablaban de la paz. ¿Pensás que algo así podría sostenerse?
MAGIA, ATMÓSFERAS Y MÉDIUMS

Deep Purple es una de las pocas bandas de su generación que sigue sacando discos, girando por el mundo y con un reconocimiento sostenido. Así y todo, es innegable que su historia es de la más agitadas.
Desde las idas y venidas de sus miembros (como Ritchie Blackmore y el propio Ian Gillan); pasando por los años con David Coverdale y Glenn Hughes, los de Joe Lynn Turner y una encarnación falsa de Rod Evans; hasta la vez que Blackmore le clavó un hacha a Glover en su habitación -¡parece que Ritchie también necesitaba la hipnosis!-.
El incidente se dio mientras grababan “The House of Blue Light” (1987), en una mansión en Vermont. Fue uno de los tantos discos que produjo nuestro entrevistado, aunque no hace falta aclarar que la atmósfera era tensa. Sin embargo, esos vaivenes eran necesarios para que se convirtieran en el Deep Purple saludable de hoy.
-Habiendo vivido esas situaciones extremas, ¿cuán importante fue la atmósfera de “Whoosh!”?
-Y Deep Purple zapa mucho para conservar ese encanto, ¿no?
-Sí, funcionamos mejor como unidad. Pero de nuevo, es una espada de doble filo: capaz yo llevo una idea, los demás le cambian los arreglos y terminamos con un tema que ni siquiera me gusta (risas). Pero al laburar con más gente tenés que confiar. Hay peleas, ganás y perdés, aceptás y cedés. Componer con un compañero es más fácil, hacés un brainstorming y te dice: “¿Por qué no ponemos esto o sacamos lo otro?”. Son cosas que no se te hubieran ocurrido. Aunque al trabajar entre cinco, obviamente, se complica. Pero nos respetamos todos, y ese es el núcleo de la banda: cada uno es consciente de sus ventajas y defectos.
-La idea de ”Throw My Bones” se le había ocurrido a Don Airey (para “Infinite”), y ahora la recuperaron. ¿Pasó con otras?
-Esperá, ¿decís que podría haber un disco de rarezas de Deep Purple?
-Sí. Así como yo estoy disfrutándolas, tal vez a otros también les gustaría. Es una posibilidad, no sé. Veremos qué pasa.

-Es curioso cómo cambió la dinámica de la banda. Por ejemplo, en 1991 contabas que te costaba encontrar tu lugar, porque Blackmore usaba pedales de bajo y Jon Lord podía hacer notas más graves que vos. ¿Cómo volviste a hallarte en el grupo?
-(Piensa). Mirá, cuando compusimos “Purpendicular” -1996, el debut con Steve Morse- sentí por primera vez que, como bajista, no estaba sólo “acompañando” a la guitarra. Pero todos tuvimos esa apertura, porque nos relajamos y redescubrimos nuestros roles. Para mí fue un disco muy importante; teníamos que cambiar, no podíamos ser la misma banda. Era imposible reemplazar a Ritchie, ¿sabés? Nadie iba a lograr emularlo. Él es quien es, y me encanta. Soy su fan, aunque te cueste creerlo (risas). Escribió canciones fantásticas, pero en un momento llegó a depender todo de él. Los demás poníamos lo nuestro, pero él nos llevó al estilo de “In Rock”. Habiendo dicho esto, hubiera sido un error enorme poner a alguien que tocara, se moviera y compusiera como él. Cuando se fue, Deep Purple tuvo que hacerse una “cirugía plástica”. Imaginate que podríamos haber encontrado un montón de guitarristas parecidos, porque era una influencia para incontables músicos. Y también teníamos que evolucionar hacia algo más. Muchos dicen: “Oh, Deep Purple ya no es como en las viejas épocas…”. Y claro que no, ¡esa es la idea! (risas). Funcionó, y no me importan las opiniones. Somos esto, y no podemos ni queremos cambiarnos. Más que nunca, creo que no escribimos para satisfacer a la gente, sino a nosotros mismos. Y si no les gusta, está todo bien.
«Whoosh!», el nuevo disco de Deep Purple, se publicó el 7 de agosto (EarMusic). Además, la edición doble incluye un DVD con una conversación entre Roger Glover y Bob Ezrin, y un show completo en el Hellfest.
Este reportaje es parte de una trilogía de charlas de Deep Purple con Rock.com.ar, que tendrá entrevistas con Ian Paice y Don Airey en las próximas dos semanas. Quedate atento/a.