El trompetista más ocupado del país explica qué hay detrás del fenómeno de su grupo. Además, adelanta cómo será el próximo disco y da lecciones sobre independencia.
Por Fabrizio Pedrotti.
La cancha de básquet del Círculo Urquiza está bastante llena para ser un sábado a las nueve de la mañana. Hace cuatro meses que Hugo Lobo no juega por un esguince, pero hoy es su oportunidad para demostrarle al club que puede dar lo mejor de él.
Arranca el partido. Agarra un rebote y le sacan la pelota. Otro más… se la vuelven a quitar. Así, infinitas veces, hasta que se enoja y le mete la traba al que se la robaba. Le cobran falta. Lobo se vuelve a calentar y putea al árbitro. Todos miran atónitos, y nadie entiende nada. El línea lo sigue amonestando y Hugo lo insulta de nuevo, hasta que se descontrola totalmente y le mete un roscazo en la boca al réferi. ¿El resultado? 99 años de suspensión.
“Se armó una batalla campal después de eso”, se ríe hoy el trompetista. Pero todo tiene una razón: “Jugué mucho tiempo, desde los cinco hasta los diecisiete. En esa época todavía no había formado Dancing Mood pero ya había empezado a tocar con Todos tus Muertos, y nos presentábamos en Cemento a las cinco o seis de la mañana –recuerda-. Era una locura, porque yo llegaba de tocar e iba derecho a los partidos, estaba medio boludo. Ya no tenía ganas de hacerlo”.
Aunque la anécdota lo pinte como una persona revoltosa, Hugo Lobo es un tipo tranquilo. Desde hace algunos años practica boxeo con el campeón mundial Marcelo Rodríguez, un deporte que según él lo ayudó a llevar una vida más sana. “Hubo épocas en las que estuve metido en los excesos, y practicarlo me rescató al 100% de eso. Ya me agarraban ataques de pánico y un montón de cosas que no podía controlar”, se sincera.
Así como al trompetista lo salvó el deporte, él también trata de ayudar a los demás. En 2013 fundó “Vamos los Pibes”, una orquesta infantil y gratuita en la que los chicos aprenden todo tipo de instrumentos. Funciona en el Centro Cultural del club Atlanta, y allí también ejercitan el respeto, el compañerismo y la solidaridad.
“Se trata de sentirse integrado, y ser parte de un grupo. No sé si van a salir concertistas profesionales, pero trato de inculcar buenos valores”, dice. En esta etapa de su vida, Lobo quiere dedicarse a eso. Hay 40 chicos que ya forman parte, y se abrirá otra inscripción para el año que viene. Además está expandiendo la idea en Rosario, y planea llevarla a todas las provincias donde pueda. “Siempre que haya gente que tenga tiempo, corazón y ganas para hacerlo, va a funcionar”.
INFANCIA FELIZ
En su barrio de Villa Pueyrredón, el pequeño Lobo creció rodeado de amigos que escuchaban ska jamaiquino y 2 tone -la segunda oleada del género-. Sus primeras experiencias con la música las tuvo a los seis años, pero en esa época todavía tocaba la batería. La elección de aquel instrumento estuvo influenciada por su padre (Ruben Lobo), quien fue percusionista de Mercedes Sosa.
Aunque era chico, a esa edad Huguito se juntaba con otros pibes y grababan cassettes que vendían en las casas cercanas. “Como no llegaba a los pedales, tocaba sólo la chancha y el tambor –se ríe-. Agarrábamos un cancionero traducido de The Police y le poníamos acordes, sin conocer los temas originales. Había una chica que pintaba las tapas, y como hicimos eso por seis años llegamos a tener una discografía zarpada, e incluso una remera oficial (risas)”.
La banda se llamaba Mama Loo Iceland, y él todavía conserva los cassettes. Según adelanta, quizás algún día suba un par de temas. “Uno los escucha hoy y éramos re creativos, teníamos estribillo y todo. Sin querer hacíamos reggae y ska, del estilo de Los Fabulosos Cadillacs, Los Pericos y Los Intocables”.
Conseguir discos del género era toda una odisea. En las revistas se publicaban avisos en los que un particular ofrecía su colección, y el ya adolescente Lobo iba a su casa y le decía qué temas quería que le grabara en un cassette. Era la manera que tenía para contar con una visión general, porque no había mucha información más allá de algunas bandas, como Madness y The Specials.
Por esa época no era todo color de rosas: había una rivalidad muy grande entre los de su palo y los rollingas. El trompetista –que agarró este instrumento para hacerle la contra a su padre- recuerda que las tribus estaban a full. Por ejemplo, siempre se agarraban a piñas a la salida de un boliche cercano. “Nosotros éramos pelados, con botitas de gamuza, camisas cuadriculadas y sobretodos de nuestros abuelos. Los otros eran lo contrario. Había mucha bronca, pero después terminé tocando con la mayoría (risas)”.
DE HUMOR PARA BAILAR
Volvamos el tiempo hacia atrás: después de quedar suspendido de por vida en el básquet, Lobo se dio cuenta de que quería vivir para la música. Por eso, en 2000 fundó Dancing Mood, un grupo diferente a todos los que había en Buenos Aires. Su idea fue darle a los vientos el lugar que se merecían, y lo logró: hoy tienen seis discos de estudio (uno de ellos triple), llenaron el Luna Park, teatros como el Gran Rex y el Ópera, y se dieron el lujo de armar ciclos en los que tocaron todas las semanas en un mismo lugar. Y cada uno de esos recitales estuvo repleto.
Hugo llegó a formar parte de ocho bandas a la vez: Turf, 2 Minutos, Lumumba, Mimí Maura, Los Cafres, Riddim, Un Kuartito y, obviamente, Dancing Mood. Hubo un momento en el que hacía tres shows por noche, hasta que el estrés le pidió que pare. Ahora, por suerte, puede disfrutar más de su proyecto principal.
Según dice, jamás imaginó llegar a este punto. “Lo más loco es que somos una banda de cortinas que te agota un Luna Park. Cuando sonamos en las radios nadie nos nombra, porque al ser instrumentales estamos de fondo –argumenta-. Con los años nos hicimos conocidos por el boca a boca, aunque soy consciente de que las bandas van y vienen: vi subir y bajar a un montón de gente, y estoy preparado para eso. Creo que el que va a los shows de Dancing Mood es porque le gusta de verdad, no porque se lo inculcan todo el tiempo en los medios”.
Mientras ceba mate en su departamento –a la vuelta de la casa en donde nació-, el trompetista dice que hay un sistema armado para que la gente consuma lo que le viven mostrando. “La mayoría de los pibes que siguen al Indio no escuchan a Tricky, y la música que hace Solari tiene mucho que ver. Es techno industrial, pero ellos ni en pedo te compran un disco del estilo. Y dicen: ‘Al pelado hay que ir a verlo a todos lados’. ¿Por qué? No saben, pero van porque es la ‘misa ricotera’. ¡Termina siendo el menos independiente de todos! Es un súper negocio medio zombie al que hay que ir aunque no se escuche, no se vea, te mojes y 800.000 personas corran peligro. No tengo nada en contra de él, pero es un ejemplo de lo que se impone”.
Dancing Mood intenta levantar la bandera de la autogestión todo el tiempo. Por lo general, una entrada en Capital Federal no cuesta más de $50. Hugo señala: “Diciendo que sos ‘independiente’ podés cobrar $700 un ticket, ¿y por eso sos un bohemio? ¡Las pelotas! ¿Vivís en una mansión? Mirá dónde te puso la independencia. No tiene nada que ver”.
El músico dice que le preocupan esas cosas, y que no se banca que cuando va al interior le cuestionen que la entrada esté $120. “Habría que ver lo que sale un colectivo de 24 personas -15 músicos y 9 asistentes- para ir a Córdoba, lo que cuesta el hotel y las comidas. El productor tiene que pagarlo, y cobrando menos no llega ni a la mitad del bondi de gira. Cuando viene un boludo y me bardea por eso, la verdad que me dan ganas de c… a trompadas”.
-¿Te pasó?
-Sí, con gente pelotuda, pero yo no me como ni media. Una vez un productor me dijo: “¿Cómo vas a pedir perdón tocando en el Luna Park?” y lo mandé a la c… de su madre (risas). Con Dancing Mood, la entrada más cara estaba $200. Igual nosotros no cobramos esa cantidad: cada vez que tocamos ahí no recaudamos nada. Si vieras la planilla de gastos que tiene ese lugar… Lo llenás y ganás cien pesos, es una ridiculez.
NUEVO DISCO
Esas trabas no serán un impedimento para que en 2015 el grupo presente en el Luna Park su próximo material (Ska Explosion), que empezará a grabar en marzo. Será el primero con composiciones de Hugo Lobo, que en el estudio sólo había plasmado dos temas suyos: “Non Stop” y “Toto”.
“Íbamos a hacerlo este año, pero no queríamos que saliera a las apuradas. Sería ridículo editarlo en diciembre. Ya hay cinco canciones que tocamos en vivo –entre ellas “Son Song” y “2031”-, que están muy ablandadas. Van a haber unos diez instrumentales y tres o cuatro cantados, que sí van a ser versiones”. Como invitados estarán el vocalista jamaiquino Winston Francis, la inglesa Carroll Thompson, el guitarrista Lynval Golding (The Specials), y los argentinos Ayelén Zuker y Pablito Molina.
-¿Tuviste miedo de mostrar tus propias canciones?
-Sí, aunque ahora estoy más relajado. Tomé coraje al tocarlas, con la aceptación que hubo. Son melodías que si no digo que son de Dancing Mood, pasan como covers o standards de jazz (risas). Siempre tuve una traba: componía desde el piano, y el verano pasado tenía sólo la trompeta a mano. Me compré un cuaderno pentagramado y un lápiz, y empecé a escribir melodías y estribillos. Después me senté en el órgano y le puse acordes. Entonces le encontré la vuelta, e hice once temas en una semana.
-Igual me imagino que ya habías compuesto muchas cosas en estos quince años, ¿no?
-Sí, a morir, pero no las podía reproducir porque primero las tocaba en el piano, y ahí se me iba todo al carajo (risas). Cuando no tenés un grabador para guardar lo que hacés, lo escribís en un pentagrama y listo. Eso es lo bueno de saber teoría musical. Es como con el kamasutra: no lo vas a usar todo el tiempo, pero está copado tener alguna datita (más risas). Al margen de eso, no sé qué le esperará a Dancing Mood en el futuro, pero sí que la banda será eterna. Por lo menos, mientras yo esté en pie.
Recuadro: ¿Futuro novelista?
Además de ser un gran músico, Hugo Lobo dice que le gustaría escribir un libro. “Leo dos o tres por mes, y siempre que termino uno lo regalo, porque sino tendría la casa llena. Me encantan los cuentos cortos de Truman Capote, pero también consumo mucho a Stephen King y Neil Gaiman. Y amo la oscuridad de Ernesto Sábato: en dos oraciones detalla un montón, y te planta en la historia –señala-. Así que si hago uno, irá por ese lado”. ¡A estar atentos!