Los liderados por Alex Kapranos presentaron “Always ascending” en Buenos Aires. Crónica de una banda que se transformó en mucho más que un grupo de guitarras.
Por Fabrizio Pedrotti, para Rock.com.ar.
Fotos: Vidal Cruz/Archivo.
Una vez que Nick McCarthy dejó Franz Ferdinand en 2016, había dos opciones para que los escoceses continuaran. La vía fácil era llamar a otro guitarrista y seguir el mismo camino que tantos éxito les había dado. La más arriesgada incluía reemplazar al violero y tomar una dirección distinta, con todo el peligro que eso implicaba.
Afortunadamente, Franz Ferdinand prefirió el segundo trayecto. Y no sólo incorporó a Dino Bardot en las seis cuerdas, sino también a Julian Corrie en los teclados. Aunque McCarthy ya se alternaba entre esos dos instrumentos, ellos ampliaron el espectro musical del grupo, imprimiendo beats disco y texturas que rozan lo electrónico.
Durante el show se hace evidente que la maduración era necesaria. Temas como “Finally” y “Paper cages” marcan un contrapunto real entre los viejos hits y la nueva dirección. “El sonido que van a escuchar ahora viene de los mejores dedos del planeta”, dice el cantante Alex Kapranos agasajando al nuevo tecladista en “Glimpse of love”, otro de los momentos calientes de «Always ascending» (2018).
De a ratos, la ametralladora de clásicos no da respiro: “Do you want to”, “Walk away” y “No you girls” suenan encadenados dentro del primer segmento del show, mientras que “Take me out” -con teclados más presentes que nunca-, “Ulysses” y “The fallen” cierran el tramo pre-bises. Con tantos ases bajo la manga, es entendible que Franz Ferdinand se haya arriesgado a cambiar.
Justo en el medio de “Darts of pleasure”, Kapranos hace subir a Johnny, un chico del público, y le da su guitarra para que se sume al tema. “Bastante bien, ¿no?”, bromea el escocés luego de que el argentino demostrara que no era ningún improvisado.
En canciones como “The dark of the matinée” y “Michael”, Julian Corrie también agarra una viola y llegan a haber tres guitarras riffeando sobre el escenario, como si varios pedales octavadores se encendieran en simultáneo. Y Kapranos podrá ser el cantante, pero no por eso resigna su habilidad con las seis cuerdas: el frontman se carga al hombro gran parte de las melodías, antes de tirarse al público con la Fender colgándole de los brazos.
Durante los bises se despliega al 100% el costado disco de Franz Ferdinand. La nueva “Feel the love go”, con el baterista Paul Thomson pegándole a unos pads electrónicos, es otra muestra de que falta McCarthy, pero que sobran las ganas de bailar. Lo mismo pasa con “Love illumination”, de su disco anterior, que ya tenía sintetizadores y ahora explota con más fuerza.
Pero en el cierre, con “This fire”, vuelve el Franz Ferdinand de la vieja escuela: el vintage, guitarrero y eléctrico que nos enamoró desde su disco homónimo de 2004. Thomson aprovecha a pararse sobre la batería y recorrer el escenario con los palillos; Kapranos invita a que las mil personas se agachen y salten en el momento adecuado, y el agite se torna más poderoso que con sus mayores hits.
El nuevo experimento de la banda podría haber tenido cualquier resultado. Aunque como reza el dicho, el que no arriesga no gana. Y esta noche, en realidad, celebramos que Franz Ferdinand se haya tirado a la pileta con semejantes frutos. Por suerte, parece que hay innovación escocesa para largo rato.
Puntaje: 8.50.