El cantante cuenta por qué cree que la escena stoner “fue idealizada”, narra la creación de su nuevo disco con The Band of Gold y explica cómo recobró la fe en la música. Todo eso, antes de tocar el 8 de septiembre en Buenos Aires.
Por Fabrizio Pedrotti, para Rock.com.ar.
Más de una decena de discos con los grupos clásicos del género (Kyuss, Slo Burn, Unida, Hermano, Vista Chino, entre otras). Cientos de recitales por el mundo. Colaboraciones con artistas tan dispares como los electrónicos Crystal Method y Robby Krieger, de The Doors. Un estilo vocal totalmente identificable y propio. Aunque John Garcia cuente con todos esos pergaminos, todavía no se siente cómodo como compositor.
“Estoy muy confiado en cuanto a mi voz, pero no soy el mejor letrista del mundo, para nada -confiesa desde su casa, a pocos kilómetros de Sky Valley-. Nunca quise que descifraran lo que digo, porque van a estar equivocados. No me considero un poeta a lo Jim Morrison, y estoy muy lejos de serlo. Y la escritura es muy difícil para mí porque también sigo evolucionando”.
Garcia no lo dice con falsa modestia: en su voz se nota una verdadera necesidad de continuar exprimiendo sus capacidades. “De todas formas, no lo pienso tanto. Si la inspiración viene, genial; y sino también. No voy a pelearme conmigo. A veces me cuesta, porque ser padre me lleva mucho tiempo: no puedo escribir sobre jugar bajo el viento mientras me tiran 150 bombuchas -se ríe-. Prefiero disfrutar de un asado con ellos antes que ser un letrista perfecto. Me gusta que las discusiones sean para definir a qué playa de California vamos, si a la de Victoria o a la de Newport, porque las olas pegan distinto. Me lleva dos segundos meterme en el modo familiero, pero tardo dos horas en ponerme el sombrero de compositor. Eso sí, no te confundas: voy a seguir tomándome el tiempo para que aflore el Garcia letrista, no hay dudas. Es cuestión de encontrar el balance”.
Para propiciar ese equilibrio, el vocalista se juntó con músicos de su misma zona: Ehren Goban (guitarra), Mike Pygmie (bajo) y Greg Saenz (batería). Con ellos editó este año “John Garcia & The Band of Gold” (Napalm Records), un disco más que sólido y con once temas. Y un dato no menor: en la portada está su padre, en un retrato de cuando tenía doce años.
-Hablando de familiares, en los créditos de “Lilianna” aparece tu hijo. ¿Qué le aportó al tema?
-Es una buena pregunta. Marshall tiene nueve años, y toca la batería y algo de guitarra. Muchas noches nos ponemos a improvisar y a escuchar jazz, cosas como Stan Getz o John Coltrane, y él vino con la melodía para el estribillo. Era la parte de “Setting sun, wild indian. You’re craving, creating…” (empieza a cantarla). Le dije: “¡Pará, es una melodía increíble!”. Fue mi debut colaborando con él, y una experiencia tremenda. Esta es la primera vez que me lo preguntan, y lo aprecio mucho.
-Y en “Chicken Delight” te ayudó tu esposa, ¿verdad?
-Sí. La primera parte dice: “Ella estaba sangrando…”, y mucha gente automáticamente pensó que era sobre una chica con su período menstrual, que no podía tener sexo (risas). ¡Es completamente lo opuesto! Yo, siendo encargado de uno de los más hospitales veterinarios más importantes de Palm Springs, veo un montón de cosas feas. Muchos casos no salen bien, pero también hay finales muy felices. Esa historia trata sobre una gata accidentada, y no había chances de salvarle la pierna delantera derecha. No tenía dueño, así que las opciones eran tratar de que viviera u optar por la eutanasia y matarla. No dudamos ni un segundo que íbamos a luchar para que saliera adelante, y hoy está perfecta. La letra no trata de los gatos en sí, sino de los sentimientos que fluyeron a partir de la situación; y de cómo dos humanos, que no tienen nada que ver, pueden salvar una vida. Es una gran muestra de amor. En una narrativa paralela, se refiere además a otras cosas que estaban sucediéndome, tanto en lo personal como en el trabajo. Wendy aportó mucho en la letra, y decidí ponerla en los créditos. Es genial tener otra compositora en la familia.
-El productor Chris Goss también te ayudó a sobreponerte a muchas dificultades. Luego de que las canciones hayan quedado tan bien, ¿te volvió la fe en la música?
-Claro que sí. Fue gracias a él y a la banda, porque compartimos la visión de “empezar algo y poder terminarlo”, así haya críticas buenas o malas. Goss fue muy importante para renovar mi estímulo por hacer temas y ser fiel a quien soy. Es algo que no doy por sentado. Lo que me dejó un sabor horrible fueron dos tipos de mi equipo, que pensé que estaban en la misma sintonía, pero resultó que no. La dirección se torció mucho, y me desilusioné por haber confiado. Hubo mucho drama, ¿pero cómo lo arreglás? Hay dos maneras: darte vuelta y seguir tu vida más feliz, o charlarlo. Para mí es un desafío grande porque no soy el mejor comunicador, pero necesito el balance del que hablamos. Lo bueno de The Band of Gold es que ellos tres realmente quieren participar. La idea es que no sea un trabajo, sino un deseo. Nos gusta juntarnos y compartir asados, por ejemplo. Es genial ver a Mike invitando a mi hijo a su cumpleaños y nadando en la pileta. Todo eso renovó mi fe.
VINO DEL DESIERTO, TRAJO MUCHA ARENA
-Chris Goss también co-produjo varios discos de Kyuss, como “…And the Circus Leaves Town” (1995). Varias veces dijiste que era tu trabajo favorito del grupo, porque te involucraste más que en los demás. ¿Qué diferencias hubo con el resto?
-Bueno, creo que igual todavía intentaba encontrar mi personalidad y mi voz. Buscaba dónde ir como compositor y con mi forma de cantar, así fuera maduro o adolescente. “Welcome to Sky Valley” (1994) había sido el bebé de Josh Homme (guitarrista), y cuando me presentaba una canción, me decía: “Acá está la letra, y creo que la melodía vocal va así”. Yo tenía que lograr que el tema me hiciera feliz, me llegara y se arraigara en mí. En “Circus…” tuve una participación mucho mayor por mi propia actitud, y por eso lo llevo más cerca del corazón. Pero cuando cantaba eso tenía 25 años, y hoy le paso el trapo a esa versión de mí mismo. Le gano por kilómetros al John Garcia de entonces, ¡incluso estando por cumplir 49! Fue una gran progresión desde “Wretch” (1991), pasando por “Blues for the Red Sun” (1992) y lo que vino luego. Crecí, me hallé más a mí y aún sigo descubriendo cómo controlar mi voz.
-Hace unos meses alguien rompió el cartel de Sky Valley (el que aparece en la tapa del disco), y los miembros Kyuss World se juntaron para arreglarlo. ¿Cómo te sentiste?
-Increíble. Lo conozco bien a Nathan (Lawver, el dueño del fan club), y fue hermoso que llevara adelante ese movimiento y que el cartel volviera a erigirse. Las palabras no pueden explicar lo que hace este tipo por Kyuss, con todo el amor del mundo. Y lo digo también por los que viajan de diferentes partes del planeta para peregrinar al lugar: me excede, estoy anonadado. Es genial estar hablando con vos sobre esto aún hoy. Aprecio mucho que haya gente pasándose CDs, mp3’s o lo que sea sobre algo que ayudé a crear a mis 20 años. Agradezco que la música de Kyuss siga dando vueltas, y sé que el resto de los miembros se sienten igual, o incluso más complacidos que yo.
-¿Cuál es el mito más grande sobre el desierto? Porque llegó un punto en el que se hizo “inseparable” del stoner…
-(Piensa). Voy a tratar de dar una respuesta diferente a la típica. Siendo chico, para mí era normal que Josh y Brant (Bjork, baterista) me invitaran a sus casas después del colegio para escribir y componer. La escena es genial, y todos los músicos de acá nos conocemos y nos respetamos: somos una comunidad muy pequeña y de nicho, del “high” al “low” desert. Pero pienso que no fue un factor tan importante como la mayoría cree. Se habla de fiestas “legendarias” y de grupos “míticos”, y yo no creo que haya sido tan grande. Simplemente éramos una comunidad pequeña-mediana de gente que se amaba, y es parte de nuestra identidad, de lo que somos. Creo que la importancia del desierto se exageró, en parte por Kyuss, al mostrar este lugar como algo tan especial. Nuestra música era una necesidad: tenía que suceder y la íbamos a hacer de todas maneras, sin importar de dónde hubiéramos salido. Ocurrió que justo éramos cuatro tipos muy pasionales de acá, que queríamos tocar y juntarnos en una sala. Todavía lo somos, pero creo que se glamorizó mucho. Igual es mi opinión personal, algún otro puede decirte lo contrario.
-Cuando se separó Kyuss armaste Slo Burn, pero hace unos años dijiste que nunca deberías haber hecho ese proyecto. ¿Por qué?
-(Suspira). Es una buena pregunta. En aquel momento fue una declaración verdadera y lo sentía así. Mirándolo ahora, creo que hubo una buena razón para formar una banda con ellos: amo a Chris (Hale, guitarrista), a Damon (Garrison, bajista) y a Brady (Houghton, baterista). Nos seguimos enviando mails, mensajes y un montón de ideas. Creo que fueron declaraciones equivocadas, ahora maduré y aprecio mucho poder decir que soy su amigo y que compuse con ellos. Fue una bendición al 100%. Slo Burn me permite hablar con vos hoy, al igual que Unida, Kyuss, Hermano y The Band of Gold. En 1996, todo lo que quería era tocar: Kyuss se había terminado y me junté con los primeros tres tipos que estaban igual de hambrientos que yo. Creo que dejamos una pequeña marca con el EP que hicimos (“Amusing the Amazing”, de 1996). Son sólo cuatro temas, pero sirvió y estoy orgulloso. Le pintamos nuevas cicatrices en la cara al rock and roll, y me honra. Hoy tengo cero arrepentimientos con mi carrera. Absolutamente ninguno.
INSPIRACIONES Y VIOLENCIA FAMILIAR
-The Cult es una de tus mayores referencias musicales. ¿En qué sentís que te ayudaron?
-Para nadie es un secreto que Ian Astbury me influenció. Entre sexto y octavo grado escuchaba mucha música, pero no podía encontrar nada que pudiera llamar “propio”. La excepción fueron Maurice White y Philip Bailey, de Earth, Wind & Fire. Eran cantantes y me sentía conectado, aunque todavía no hallaba lo mío. Un día, en noveno y durante la clase de fotografía, mi compañero Greg Granville vino con un walkman y me dijo: “Quiero que escuches esto”. Sabía que a mí me gustaba la música, porque todos los rockeros usábamos remeras de bandas. Yo recién había entrado a la secundaria, y él estaba un año más adelante. Me puso “She Sells Sanctuary”, a fines de 1985, y se me cayó la mandíbula al piso. Mi vida cambió. No me iba a meter en el ejército ni a seguir la carrera militar, como yo creía. Por culpa de un tipo, todo lo que quería era convertirme en cantante: ese era Ian Astbury. Fue uno de mis maestros, al igual que Brant Bjork y Josh Homme. Yo sentía que The Cult me hablaba, que compartíamos el mismo idioma. Todos tienen un artista que les llega, ya sea Metallica, Iron Maiden, Stan Getz o John Coltrane. Pero Astbury me llevó a un lugar al que no pensé que la música me pudiera transportar. Aunque sea por cinco minutos, o mientras oía “Love” (1985) completo, me olvidaba de que mi padrastro nos rompía la cabeza a golpes a mi mamá y a mí. También me dejaba de importar que los chicos se rieran de mí, por el pelo largo o por cómo me vestía. The Cult era mi droga, mi heroína, mi polvo de ángel, mi salvación. Lo que Ian Astbury hizo cambió mi vida para siempre, y también fue una «maldición» porque me obsesioné, especialmente con su primera etapa. Ni podría explicar cómo me hacían sentir. Me llevaban a un lugar en el que estaba eufórico, me prendían fuego. Era como: “¡Wow, yo necesitaba esto!”, después de haber pasado por The Smiths, Tom Petty, Pink Floyd, Kiss y lo que escuchaban mis hermanos. En octubre van a tocar en Las Vegas, y voy intentar llevar a mi hijo. Él sabe cómo me impacta Ian, y podría hablarte horas sobre Southern Death Cult, Death Cult, The Cult o “Spirit/Light/Speed” (2000), el disco solista de Astbury que hizo acá, en Palm Springs. También de cómo Ian llegó de sorpresa para mi cumpleaños número 27, o de cuando compartí escenario con ellos en Bologna, Italia, y fue un completo desastre (risas). No tengo más que respeto y un amor inmenso por Billy Duffy, Ian Astbury, Les Warner, Jamie Stewart y Nigel Preston. Podríamos seguir charlando de ellos por dos semanas (carcajadas).
-Recién mencionaste ciertos maltratos de tu padrastro. ¿Creés que por eso sos tan protector de tu familia?
-No. Es algo instintivo y natural: lo tenés en la sangre o no. Protegés a tus hijos, si es necesario violentamente, ante cualquier peligro. Lo llevo internamente, no pienso que sea por mi pasado. Lo que me preocupa es la salud, la seguridad y la educación de ellos. Es super importante para mí (lo dice en español). Si no los educo yo, el mundo va a hacerlo y de una forma horrible. Quiero ser un buen esposo, tratar a mi mujer con respeto y abrirle la puerta cada vez que entramos al auto. Son las pequeñas cosas, las simples, como jugar a la pelota, mirar una película o leer. Vivo para eso, y todo lo demás es superfluo. ¿Quién va a estar ahí cuando caigas moribundo en un hospital? Tus hijos, tu esposa, tus amigos… y tus padres, si es que viven. La cortesía y la decencia son fundamentales, especialmente en la familia Garcia.
-Todo el tiempo vemos matrimonios que se separan, y muchos chicos que sufren porque los padres manejan mal el asunto. ¿Cómo te hace sentir?
-Me rompe el corazón. Obvio que nadie se casa para divorciarse: las mierdas ocurren y lo entiendo. El tema es cómo salís de esa relación contaminada, porque puede ser trágico habiendo un niño o niña en el medio. Si el otro busca pelear, tenés que tener cierta inteligencia emocional. Estuve en esa situación, y todavía lo veo alrededor mío. La mayoría del tiempo, si alguien se acerca a molestarme, lo aparto y mi vida es mucho más feliz. Es otro de mis valores, que no me gusta el drama. Se los digo a los lectores: ¡aléjense de eso lo máximo posible! Sus vidas van a ser mucho mejores, se los garantizo.
-Ahora que tenés la fe renovada en la música, ¿podemos esperar más material de The Band of Gold?
-Sí, totalmente. Dije que iba a abandonar mi profesión después de haber pasado por un montón de mierda. Este disco me sacó mucho emocional, física y financieramente. Me alejó de mi familia y de mi trabajo, y el proceso de grabar y mezclar fue muy amargo, por esas dos personas que me fallaron. Pero ahora estoy en una posición única, porque los tres músicos viven en el desierto y podemos coordinar las grillas mucho más fácil. Cuando tu baterista es de Los Ángeles, Kentucky, Alemania o Bélgica… se complica. Pero Chris Goss, junto con la banda y el resultado, me renovaron la confianza. Estoy convencido al 100% de que, mientras esté en la tierra, Ehren, Greg y yo vamos a continuar escribiendo y a juntarnos, ya sea para ir al cumpleaños de Mike o a un asado. Soy un tipo sensible, así que dije: “Bueno, se terminó. No voy a tolerar más esto, me harté de la industria y de los hijos de puta”. Me iba a contentar con cantar en la maldita ducha. Esa iba a ser mi vida de ahí en adelante, porque no aguantaba más toda la basura.
-Wow.
-Después me calmé, me tomé un par de meses y me di cuenta de que quería juntarme con mis compañeros y repensarlo. Obvio que no lo hago gratis: antes podía irme de gira sin preocuparme, pero ahora tiene que haber bifes y salchichas en la heladera para mis hijos, y no lo puedo lograr siendo un músico que vaga por la ruta. Hace poco estuve en la sala y armamos nuevos temas, y los demás llegaron con ideas increíbles. Nos vamos a tomar nuestro tiempo, pero ya empezamos a crear. También arrancamos a ensayar para Sudamérica, y estoy loco por ir. Hablo en nombre de The Band of Gold cuando digo que para nosotros es muy importante. Vamos por una razón, y sólo una: llevarles noventa minutos de rock. Obviamente tocaremos mucho del último disco y los clásicos de Kyuss; pero quizás metamos algo del primero, de Slo Burn y de Hermano. Todavía aprecio que la gente quiera leer lo que tengo para decir: eso me genera más ganas de ir. Después de todos estos años, me vuela la cabeza poder seguir haciendo lo que amo.
John Garcia tocará con The Band of Gold el sábado 8 de septiembre en El Teatrito (Sarmiento 1752, CABA). Las anticipadas se consiguen a través de TuEntrada.com.