El cantante anticipa «One Alone», el disco que lanzará en octubre. También cuenta las historias detrás de «Rainier Fog», el último álbum del grupo; y explica qué cambió en la banda desde su ingreso.
Por Fabrizio Pedrotti, para Rock.com.ar.
«La primera guitarra que toqué fue una muy golpeada, con cuerdas de nylon, que había encontrado en la casa de mi abuela -recuerda William Duvall-. Tenía ocho años, y desde ese momento compuse de manera desenchufada, en parte para no molestar a mi familia». Aquel instrumento fue clave para la vida del pequeño, que ya poseía el vinilo de «Band of Gypsys» (1970), de Jimi Hendrix, gracias a su primo Donald. Ahí se le abrió un panorama increíble, que se completó cuando vio al legendario grupo de jazz Weather Report… ¡a los nueve años! Aunque en la familia no había músicos, sí que se oían buenos discos.
Desde ahí, la carrera artística de Duvall fue lentamente en ascenso. Con su proyecto Comes With the Fall, el cantante y guitarrista sacó tres álbumes: un homónimo (2000), «The Year is One» (2001) y «Beyond the Last Light» (2007). Él no lo sabía, pero gracias a esa banda y a las vueltas del destino, en 2006 iba a pasar al frente de un grupo histórico: Alice in Chains.
Volvamos al presente: después de haber dado incontables shows y grabado con ellos los celebrados «Back Gives Way to Blue» (2009), «The Devil Put Dinosaurs Here» (2013) y «Rainier Fog» (2018), Duvall se decidió a sacar su propio disco. Y en lugar de apelar a las fórmulas convencionales, «One Alone» (que saldrá el 4 de octubre), muestra a William en su versión más despojada. Básicamente es él con su guitarra, sin demasiadas tomas, overdubs ni efectos.
«De alguna forma, representa cómo empecé: tocando sólo una guitarra acústica», cuenta con entusiasmo del otro lado del teléfono, en un parate de la gira de Alice in Chains con Korn por los Estados Unidos y Canadá. «Otras veces compuse con el amplificador prendido, pero el viejo hábito de no despertar a mis familiares sigue estando. Además, si el tema ya suena heavy con una acústica, es obvio que al agregarle la distorsión va a ser mucho más denso».
-Tus discos con Comes With the Fall se grabaron muy rápido, pero a este lo llevaste al extremo: once canciones en poco más de un día. ¿Fue premeditado?
-No, se dio así. Inicialmente fui al estudio a grabar un demo de «‘Til the Light Guides me Home» -el primer single-, y lo hice tan rápido que dije: «Bueno, mientras esté acá puedo grabar más cosas». Así que toqué otras siete canciones, y me fui del estudio con ocho. A las tres restantes las hice en otra sesión. No dije: «Voy a grabar un disco», sino que iba a hacer un solo tema, y terminé con un montón (risas). Me los guardé por un tiempo, y llegué a la conclusión de que podían ser la génesis de un trabajo propio. Nunca había pensado hacer algo así.
-Compusiste «’Til the Light…» para un cantante de Atlanta, pero finalmente te lo guardaste. ¿Cómo tomaste la decisión?
-Lo grabé en una sola toma, y cuando lo oímos, el ingeniero y yo nos miramos. Parecía que supiéramos lo que el otro pensaba, algo como: «Ejem… quizás podrías quedártelo vos, ¿no?» (risas). Me fui con las ocho canciones, y ocasionalmente las escuchaba cuando manejaba. De alguna forma, «‘Til the Light…» empezó el ciclo, y me la tuve porque sentí que había mucho más «ocurriendo» emocionalmente en la canción, al margen de lo que estaba tocando. Eso me hizo dar cuenta de que era un tema auténticamente mío.
-Como productor te toca luchar con muchos egos. ¿Cómo fue lidiar con vos mismo? Porque a veces somos nuestros peores enemigos…
-Es muy cierto. Pienso dos cosas: estaba tan despojado, sobre todo en las primeras canciones, que no sabía que estaba grabando un disco. No tenía idea de si iban a ver la luz, solamente trataba de capturarlas de la forma más sincera. En segundo lugar, estaba convencido de que no iba a hacer nada raro y que no les pondría adornos de ningún tipo. Así que en términos de producción, no hubo mucho: la idea era abrirme, ser puro y vulnerable, bien verdadero. Lo encaré como Hank Williams a fines de los ‘40, o Bob Dylan a principios de los ‘60. Ellos pensaban: «voy a grabar estas canciones y listo, chau». Al escuchar algo acústico, notás si tiene un contenido real. Pasa con toda la música, pero con un disco así estás más desnudo, sin poder esconderte. Esencialmente, mi método fue «no producir nada» (risas).
HARDCORE ACÚSTICO
Aunque William Duvall haya grabado las canciones en un santiamén, algunas datan de vieja época. Por ejemplo, a «White Hot», «3 Wishes», «Still Got a Hold on my Heart», «No Need to Wonder» y «Strung Out on a Dream» las compuso en los años de Comes With the Fall.
-¿Cómo fue reencontrarte con esos temas, y qué progresos notaste en vos mismo?
-Wow, es una gran pregunta. Bueno, pasé por más experiencias de vida y crecí mucho. Es divertido cantar lo que escribí hace semejante tiempo, porque refleja la persona que era. Las letras tomaron distintos significados: cuando escribí «White Hot» -que habla sobre la hermosura de una mujer- era algo aspiracional, que sólo deseaba. Pensaba: «ojalá pudiera tener alguien por quien sentirme así». Obvio que hubo disparadores, sin embargo no existía nadie en mi vida para decir «habla sobre tal persona». ¡Pero ahora sí que hay alguien! (risas). Por ende, cuando la grabé vi realizado el sueño que la inspiró, y cobró una nueva dimensión. Hoy, la canción significa lo que debería haber sido en su momento.
-Hace unos años decías que la música heavy no tenía que ver con lo sonoro, y que algunas baladas son mucho más pesadas que cualquier otra canción. ¿Creés que pasa en este disco?
-Oh, absolutamente. Me parece que es el álbum más heavy que hice. Escucho «Smoke and Mirrors», «No Need to Wonder» o «Strung Out», y no sé cuán más pesadas podrían ser. Incluso al haber sólo guitarra y voz, tienen que ver con que están tan indefensas. Es muy dura la decisión de reducir todos los instrumentos, y se plasman mucho más los sentimientos. Fijate en un tipo como Son House, un viejo cantante blusero del Delta de Mississippi de los ‘30. En los pocos videos que dan vueltas, lo ves sin instrumentos. Estaba él parado, simplemente haciendo palmas como acompañamiento. Pero es tan heavy como cualquier otra cosa que haya visto en la tierra. Lo pesado no depende de los gritos o la distorsión, sino de la fuerza que le des. Con sólo una acústica se puede hacer la música más heavy del mundo.
-Cuando creciste, la escena hardcore de Atlanta estaba en ebullición. ¿Pensás que quedó algo en tus temas?
-Absolutamente. Ese período fue esencial y totalmente formativo para mí, a todo nivel. No sólo por las canciones, sino por el impacto cultural de las bandas. Particularmente debería nombrar a Greg Ginn y a Chuck Dukowski, de Black Flag; y a los demás que manejaban SST Records. El efecto musical fue enorme, pero lo igualmente profunda fue su ética de trabajo, porque llevaban adelante un sello con menos de dos pesos. O sea, sacaron discos de muchas bandas y las convirtieron en fuerzas artísticas enormes. Lo hicieron sin ayuda de ninguna empresa: crearon su propia escuela. Fueron lecciones muy fuertes para mí, siendo chico y adolescente, y siempre voy a llevar conmigo esos conceptos.
-¿Que más tomaste de ellos?
-Que si alguien hace una fiesta y no te quiere invitar, entonces armes la tuya. Los demás tienen que sentir que se pierden la diversión, y no vos. Y que si algo te importa, entonces es valioso por el simple hecho de que realmente lo creés. No esperes que venga alguien y te lo elogie, ni que baje un dios desde el cielo para premiarte. A ellos tuve el privilegio de verlos trabajando, no sólo como Black Flag, sino en su oficina: haciendo los trámites un lunes para que funcione el sello, enviando los artes de tapas así llegaban a tiempo a fabricarse los discos… todo lo extramusical. Imaginate que dormían en la oficina, con bolsas en el piso, porque ninguno tenía casa. ¡Y también ensayaban ahí! No había confort, y te dabas cuenta de que vivían por y para la música. Fue increíble.
-Luego te mudaste a Los Ángeles. ¿Creés que era un requisito para que progresaras musicalmente?
-Sí. Me fui en 2000, y ya había hecho un montón de cosas en el under y también co-escrito una canción para Dionne Farris, que se había convertido en un single de pop mainstream. Y me planteé: «Bueno, ya soy un adulto. Ahora tengo que ver cómo vivir de la música». Sentía que con Comes With the Fall habíamos hecho todo lo que podíamos, y que nos faltaba saltar al vacío. Así que nos mudamos todos a Los Ángeles, pero no «para obtener un contrato», porque muchas bandas iban para allá y daban showcases para las discográficas. Nosotros éramos completamente diferentes: constituíamos un verdadero núcleo, man. Nos movíamos como una pandilla y no nos presentábamos para ninguna empresa, sino que hacíamos recitales tradicionales. Fuimos con esa actitud: habíamos pasado tanto tiempo sin reconocimiento, que no nos importaba lo que pudiera ocurrir. Y cuando llegamos, simplemente destruimos todo (risas). No éramos el grupo estándar que pedía que lo escucharan, hacíamos lo que queríamos y no le rogábamos a nadie. Mi meta era sacar discos sin discutir con ejecutivos sobre qué y cómo lo haríamos. Si alguien nos entendía y quería firmarnos, le prestaba atención. Pero si no oía las palabras exactas, no me interesaba. Una de las primeras personas que conocí fue Jerry Cantrell, y ahí arrancó todo lo que vino después.
SIN CADENAS
En esa época, el líder de Alice in Chains ya había lanzado «Boggy Depot» (1998), su primer disco solista; y estaba a punto de grabar «Degradation Trip» (2002), un álbum doble para el que no había salido de su casa por cuatro meses. Cuando Cantrell escuchó a Comes With the Fall, el flechazo fue instantáneo: de ahí en más, Duvall y sus compañeros pasaron a ser su banda estable en la ruta.
-Él hasta vivía en un departamento con ustedes, ¿verdad?
-Sí, primero arrancó a venir re seguido y a juntarse con nosotros. Después empezó a quedarse cada vez más días, y eventualmente se mudó al mismo edificio, justo arriba nuestro (carcajadas). Pasaba tanto tiempo acá, que simplemente era lo más lógico.
-Está el mito de que incluso te pedía que le enseñaras temas de tu banda…
-¡Es verdad! Solíamos sentarnos en la cocina y me preguntaba cómo se tocaba cierta parte, o me pedía que le mostrara lo que hacía con la viola. Él subía al escenario cada vez que tocábamos en Hollywood, al punto de que la gente pensaba que iba a sumarse al grupo (risas). Se aprendió algunas canciones de nuestro primer disco, como «The 3 Wishes» y «We Come Undone». Incluso, una vez nuestro bajista no podía llegar a un concierto, y Cantrell dijo: «yo lo voy a reemplazar». Así que se aprendió casi todos los temas.
Durante sus giras con Jerry, Duvall ya cantaba clásicos como «No Excuses», «Would?», «Down in a Hole», «Angry Chair» y «Man in the Box». Por ende, cuando Alice in Chains se reagrupó en 2006, William encajó casi naturalmente. Lo que más valoraban los miembros era que no intentaba imitar al fallecido Layne Staley, sino que tenía su propio estilo.
-Todos dijeron que, desde que entraste en la banda, existe un espíritu más «de improvisación». ¿De dónde creés que salió?
-Así fue como aprendí a tocar. Cuando tenía nueve o diez años y armaba mi colección de discos, zapaba arriba de los álbumes. Improvisaba con Jimi Hendrix, Weather Report, The Isley Brothers o Funkadelic. Vengo de la cultura de Washington DC de fines de los 70’s, y lo cotidiano era que los músicos tuvieran sótanos, se colgaran los instrumentos y tocaran. Si no podías juntarte y hacer canciones de la nada, entonces «no contabas con el talento». Cuando entré en Alice in Chains llevé un poco de eso, simplemente por cómo era yo. A veces probamos sonido y uno de los cuatro arranca con una melodía, y el siguiente se suma y lo complementa. Ahí ya nace un tema nuevo, raro y abstracto. Me gustaría que hiciéramos incluso más canciones así. Ocasionalmente pasó, y «A Looking in View» -de «Black Gives Way to Blue»- es un gran ejemplo: Cantrell tenía un riff y yo otro, y los dos empezamos a tocar. Cuando nos juntamos con los chicos, se convirtió en lo que todos escucharon. Es algo divertido para un ensayo.
-Escribiste «So Far Under» (de «Rainier Fog») inspirado por situaciones personales, y otras que sucedían en el mundo. ¿Qué intentabas reflejar?
-Creo que es evidente que un montón de personas están pasando momentos muy duros, en los Estados Unidos y en todo el planeta. Y como viajamos mucho, los vemos en primera persona. Traté de contar la historia de alguien que atraviesa muchos problemas; y si leés la letra, quizás te parezca que el protagonista está resignado a su destino. Algo como: «bueno, me tocó esta cruz, la vida es así y ya estoy en las últimas». Sin embargo, mi esperanza era que nos cuestionáramos si esa persona realmente estaba tan rendida como se creía. Algunos, cuando parecen caídos, simplemente están tomándose un minuto para respirar. Capaz hay una tormenta que nadie ve venir, y ellos son los que la impulsan. Básicamente, quería remarcar que no todo es lo que parece.
-A «Never Fade» la compusiste a partir de las muertes de tu abuela y de Chris Cornell. Luego, la hermana te llevó su guitarra al estudio. ¿Cómo fue ese momento?
-Realmente genial, y me inspiró un montón de emociones. Era la acústica que él usaba en su día a día, para escribir canciones. Fue muy fuerte tocar el instrumento con el que solía sentarse en su casa o en cualquier lugar, así estuviera de vacaciones en una cascada. Mientras la tenía pensaba en todas las canciones que escribió usándola, y en cierto modo me transmitió mucha seguridad. Es complicado explicar por qué, pero así como su música va a seguir viva por mucho tiempo, también lo va a hacer esa guitarra. Ojalá que «Rainier Fog» le siga llegando a más gente, porque mientras así sea, el círculo no se va a cerrar. Hay algo hermoso ahí.
-¿En qué temas la usaste?
-Me acuerdo específicamente de «All I Am», el último del disco, y sé que quedó en la mezcla final. También en otros, pero ocurre tanto mientras Alice in Chains está en el estudio, que ya te olvidás. Nos tomamos un montón de tiempo a comparación de otros grupos, y parece que fueran años enteros (risas). Con Comes With the Fall hacíamos los discos en cuatro días, pero nosotros tardamos como nueve meses.
-Hace poco lanzaron el video de «Rainier Fog» y lo dirigió Peter Darley Miller, que había trabajado con ustedes en el documental «AIC 23». ¿A quién se le ocurrió el guión? Porque aunque la música sea oscura, el clip es hilarante.
-Fue un concepto de Sean Kinney, claramente (risas). A veces nos surgen esas chifladuras y hacemos de actores, cada uno con roles distintos. Para «AIC 23», todos colaboramos e inventamos nuestros personajes: yo creé a Nesta Cleveland -una parodia de un reggaero jamaiquino- desde cero, y lo mismo con los demás. Pero Sean tenía esto en la cabeza hacía mucho y por fin pudimos lograrlo, ¡encima con el mismo director! Creo que quedó muy bien. A nosotros la filmación nos llevó un día o dos, aunque luego se hicieron tomas extra, postproducciones y efectos.
-Salvo el «MTV Unplugged» (1996) y la compilación «Live» (2000), no hay discos de Alice in Chains en vivo. ¿Lo ves como algo posible, ahora que ya llevan trece años reunidos?
-No hubo charlas «serias» entre nosotros, pero me encantaría. Honestamente, creo que hacemos nuestro mejor trabajo sobre el escenario. Cuando vamos a lugares como Sudamérica y especialmente a países como la Argentina, semejante energía del público nos enciende un montón. Los shows de ahí fueron algunos de los más inolvidables de nuestra carrera. Sería fantástico no sólo capturar el audio, sino también tener cámaras, pero no hay nada confirmado.
-Ya anunciaste algunas fechas de tu gira solista. ¿Cómo van a ser esos shows?
-Van a estar construidos en base al disco, así que probablemente lo toque completo, sólo con mi guitarra y mi voz. Ahora mismo se vienen fechas en los Estados Unidos, aunque estoy con ganas de ir a otros lugares, y por supuesto a Sudamérica. Esperemos que se pueda, vamos a hacer todo lo posible.
-Quizás podamos ver a Nesta Cleveland cantando reggae, ¿no?
-Sí, estaría bueno que él fuera mi telonero (risas). Oh Dios, ¡no sé qué estaba pensando cuando hice ese personaje! (carcajadas finales).