Los músicos hablan de su nuevo disco y de las giras más extremas (con fracturas, accidentes aéreos y deshidrataciones). Dos entrevistados dispuestos a morir por el rock… literalmente.
Por Fabrizio Pedrotti, para Rock.com.ar.
«Nuestra ética es old school –explica el guitarrista de Queens Of The Stone Age-. Pasamos los ’90 viajando en vans, casi muriéndonos en accidentes o chocando en rutas llenas de nieve. Cuando venís de ese trasfondo, no querés cancelar shows. Tocás con gripe o lo que sea”.
Troy Van Leeuwen habla en plural porque incluye a Tony Hajjar, el baterista de At The Drive-In, quien también participa de la charla. Es viernes por la tarde y cada uno está en su casa, en videollamada con Buenos Aires gracias a Zoom. Ambos integran Gone Is Gone, formada en 2016 con el bajista Troy Sanders (de Mastodon) y el tecladista Mike Zarin (compositor de bandas sonoras).
Volvamos a la historia de la vieja escuela: Van Leeuwen, de 51 años, es un obrero de la guitarra. Cuando tenía 16 grabó su primer EP. Poco después se sumó a 60 Cycle, con los que editó un disco. Luego se unió a Failure, y fue sesionista e ingeniero de Korn, Crazy Town, Orgy y Coal Chamber. En esas horas de estudios conoció a Maynard James Keenan, el cantante de Tool, que buscaba un guitarrista para una banda… que sería A Perfect Circle. Van Leeuwen se convirtió en miembro desde el primer show, grabó en “Mer De Noms” (2000) y “Thirteenth Step” (2003) y recorrió el mundo con ellos.
Pero lo mejor estaba por llegar: desde la gira de “Songs For The Deaf” (2002), Queens Of The Stone Age es su casa. Son casi 20 años, todo un récord considerando la cantidad de formaciones que hubo. Exceptuando a Josh Homme, Van Leeuwen fue el único soldado fijo, y es una pieza imprescindible del sonido del grupo. Eso sin contar su trabajo con artistas como Iggy Pop, Desert Sessions, Mondo Generator y Eagles of Death Metal.
A Troy se le vino el mundo encima en 2011, cuando se fracturó la clavícula. Pero con semejante background, apeló a la ética de la “vieja escuela” y no canceló las giras que venían con QOTSA. Esa pesadilla -la peor para un guitarrista- también tuvo su costado positivo.
-Desde ahí usaste Jaguars y Jazzmasters, porque eran más livianas. ¿Encontraste un estilo al que no hubieras llegado?
Troy Van Leeuwen: Sí, siempre busco sonidos nuevos. Me había accidentado con la moto, y a los veinte días tenía que ir con Queens a todos los festivales europeos. Iban a ser dos semanas y media de un show tras otro, y pensaba que sería imposible. Encima justo apoyo la guitarra en el hombro que me rompí -se lo señala-. Tuve que buscar una solución rápida. Venía con Les Pauls y violas pesadas, y pasé a una más liviana; también le puse un arnés de saxofón, que la sostenía a ambos lados del cuello. Hice la primera grabación de Gone Is Gone con una Jaguar, sentado en una silla para apoyar el brazo. Literalmente, fue testear si todavía podía tocar algo. Como se me complicaba moverme, usé afinaciones abiertas y slides. De ahí salió “Praying For The Danger”, que quedó en nuestro EP de 2016. Así que dije: “Si logré esto, puedo ir de gira con Queens”. No quería fallarle a mis hermanos. Salió bien, aunque tuve dolor, ¡pero para eso es la vida! (ambos se ríen). Y ahora, gracias a lo que pasó, tengo mi Jazzmaster Signature -fabricada por Fender-. Hay que adaptarse. No quiero perderme de tocar para miles de personas en Glastonbury, ¿sabés? Era una lástima cancelarlo. La ética de trabajo es muy importante, y mucho más ahora, que no podemos girar. Esa forma de laburo tiene que regresar más y más. Y volver al escenario, que es lo fundamental para nosotros. No sé si respondí la pregunta (risas).
-Claro. ¿Tuvieron que cambiar algo más en el set de QOTSA?
TVL: No, yo no quería. Creo que les pedí no hacer una canción con el lap-steel, que siempre la tocaba, porque tenía que usar todo el mástil y no podía. Pero me gustan los desafíos, así aprendés todo. Disfruto que me tiren al océano y tener que nadar a la fuerza.
-Tony, comparten los mismos principios: vos diste el primer show de Gone Is Gone muy enfermo, ¿no?
Tony Hajjar: Sí. Había vuelto hacía una semana de una gira con At The Drive-In en Europa, en 2016. No me sentía bien, pero no sabía por qué. Una madrugada fui al baño, y sólo recuerdo que abrí los ojos en el suelo, con uno de mis hijos gritando para que me despertara. Me había desmayado con la cara contra el piso, ¡me sangraba todo! Después vinieron los bomberos, me descompensé otras dos veces y el corazón dejó de latir. O al menos, eso me contaron. Ahí me llevaron a la clínica y me pusieron cuatro bolsas de suero. Venía con una deshidratación extrema por el tour de At The Drive-In. No estaba tomando suficiente agua, tocaba con una fuerza enorme y en lugares llenos de calor. Era la primera gira -después de un parate de cuatro años-, así que dejaba todo. Tuve mucho miedo, ¿sabés? Volví llorando después de un ensayo de Gone Is Gone, y les dije a Sanders y a Zarin que iba a cancelar el debut. Jamás le había fallado a alguien, pero apenas podía tocar. Al final lo hicimos y me frenaban entre tema y tema para que tomara líquido, porque no podía mantenerme en pie. Fue un recital muy duro, y es feo pensar que la banda empezó así (risas). Igual me re entendieron y salió bien, y estoy contento de seguir vivo. ¡Ahora tomo un montón de agua! (carcajadas).
-Troy, antes mencionaste que casi fallecieron en varias giras. ¿Qué pudo ser peor que todo esto?
TVL: No sé cuántas veces te pasó a vos, Tony, de ir en el micro y decir: “Oh, vamos a morir”…
TH: ¡Dos! Y sumale un casi-choque de avión.
TVL: Una vez estábamos dejando la Ciudad de México con Queens, yendo justo a Sudamérica. De golpe, el avión empezó a caerse en el aire. Yo iba sentado al lado de Joshua -Homme, cantante-, que me miró y me dijo: “Aquí vamos…”. Y yo: “Mierda, ¿en serio? ¿No puedo ir a Sudamérica?” (risas). Pero pasa todo el tiempo. Cuando estás tantas veces en distintos vehículos y en semejante cantidad de lugares, aumentan las probabilidades de accidentes.
TH: En término de porcentajes, mientras más viajes conmigo, más seguro vas a ir. En 2001 estábamos con At The Drive-In en Holanda, y habíamos cancelado las últimas fechas. Nuestro 777 empezó a caerse en el aire, en línea recta, unos 15.000 metros. Yo me había entregado, como: “Bueno, nos vemos después…” (risas). Le agarré la mano al sonidista, y arrancó a pegarme y a gritar: “¡No nos vamos a morir!” (más risas). Encima recién estábamos arriba de Groenlandia; nos faltaba otro vuelo de ocho horas a Los Ángeles. No hace falta que lo diga, pero tomé un montón de alcohol después del viaje.
UNA OSCURIDAD ESTIMULANTE
Ahora que quedó claro que Van Leeuwen y Hajjar están dispuestos a arriesgarse por la música, metámonos en el disco que estrenaron. “If Everything Happens For a Reason… Then Nothing Really Matters At All” salió en diciembre de 2020, tiene doce canciones y fue producido por nuestros dos entrevistados. Es su tercer lanzamiento, después del EP de 2016 y de “Echolocation” (2017).
-Compusieron algunos temas durante la pandemia. ¿Creen que se nota en la atmósfera, aunque sea de forma inconsciente?
TVL: Sí. Mike escribió “Sometimes I Feel” apenas arrancó la cuarentena. Quería empezar, pasárselo a Tony, después a mí y luego a Sanders. Salió muy bien, pero era la primera vez que alguno lo hacía. Cuando comenzamos el disco tenía un aire distópico, futurista y de retro sci-fi. Buscábamos esa estética. Pero llegó el COVID, y pensé: “Uh, no podemos ir por ahí”. Teníamos que salir de lo negativo y enfocarnos en las emociones: quedar aislados y con depresión también nos sirve para ver qué significa estar vivos en la era moderna. En el disco hay un aire de que “algo pasa”, y no lo pudimos ocultar. Pero al margen, nos hace sentir bien.
-“Sometimes I Feel” entrelaza coros y voces. ¿Cómo fue combinarlos estando en diferentes lugares, y que suenen cohesivos? Imagino que debió ser complejo.
TH: Sí, absolutamente. Mirá, como tenemos dos Troy en el grupo, voy a mencionarlos por sus apellidos (risas). Van Leeuwen agarró el tema y lo re-cantó con su estilo, a partir de las ideas de Mike. Lo hizo como un demo, pero nos gustó tanto que quedó, y Sanders se sumó. Casi nunca habían cantado juntos, uno siempre metía la voz y el otro los coros. Y se mezclaron perfecto. Cuando hice los primeros mixes fue genial, porque era como si lo hubiéramos charlado y grabado en el mismo lugar, que obviamente no pasó (risas). Van Leeuwen tomó el liderazgo, le sacó cosas muy obvias y puso otras relacionadas con la pandemia. Pero no te llena la cabeza.
TVL: En la letra, el personaje está soñando y todo es hermoso. Piensa que es feliz… hasta que se despierta. Recién ahí se entera del caos mundial. Aunque pensándolo bien, vivir algo lindo en un sueño también es una forma de sentir felicidad, ¿no? Para un grupo como el nuestro, tan dark, pesado y atmosférico, me parecía divertido darle un giro y cantarle a la alegría. Fue una buena yuxtaposición.
-Ustedes definieron al disco como “oscuro pero alentador”, así que coincide.
TVL: Exacto. Tenés que encontrar la luz, sino sos sólo un miserable (risas). Todos nos sentimos cómodos en la oscuridad, pero no es bueno acostumbrarse demasiado. Hay que mezclarla con un poco de esperanza, que usualmente te levanta. Tony y yo somos realistas, nos enfocamos en lo que pasa, y Sanders al revés: tiene una fuerza muy positiva y saca lo mejor de las situaciones complejas. Es una corriente de aire fresco, te creés cada palabra que graba. Siempre digo que interpreta las letras de metal como nadie más. En Gone Is Gone incluso se pone «otro uniforme”.
-Parte del disco se hizo mientras su esposa tenía cáncer. ¿Cómo fue componer sabiendo que él pasaba por eso?
TH: (Piensa). Es imposible apoyar al 100%, porque sólo podés estar cuando ellos quieren. Ni me imagino el estrés que pasaba, y trajo mucha luz aún en ese período. Nos preocupamos bastante, y ahora estamos muy felices de que haya un montón de salud en su familia.
TVL: Es el destello de esperanza que te mencionaba. Las cosas podrían haber sido terribles, pero salieron bien.
Gone Is Gone es una banda atípica, y no sólo en la forma de componer. A Tony Hajjar -que es parte de At The Drive-In desde 1996, y estuvo hasta 2013 en Sparta- se le ocurrió una idea interesante: que “If Everything…” pudiera tocarse de forma individual. Es decir, que aunque la pandemia (o la agenda) los separe, cualquiera de los cuatro logre una buena representación de Gone Is Gone en vivo.
-Es un concepto innovador. ¿Cómo piensan trasladar las texturas?
TH: Vino de la frustración, porque era muy difícil coordinar un show. Lo sabía antes de que se armara la banda, pero fue peor. Ni siquiera podemos agendar un concierto, porque estamos todos ocupados. Pero es un problema “positivo”. Cuando empezamos con el disco, a fines de 2018, mi objetivo era que fuera más electrónico. Varias veces, Sanders se puso atrás mío y me dijo: “Che, ¿vas a tocar alguna batería real?” (risas). No me atrapaba que hubiera grandes percusiones, sino que fuera atmosférico, como una banda de sonido. En abril de 2020 íbamos a grabar más en Hamburgo, en el estudio de Clouds Hill -su discográfica-, y obviamente hubo que cancelar. Entonces las canciones se apoyaron más en esa idea, porque no podíamos trackear la batería o la guitarra en vivo…
-Totalmente.
TH: Si Sanders y yo estamos en el mismo lugar, vamos a tocar de forma aparatosa, y no era el objetivo. Fue casi una bendición, porque amplió el concepto de que cada uno pudiera apropiarlo y tocarlo por su cuenta. Respondiendo a la pregunta, pienso que podría lograrse. Van Leeuwen y yo charlamos todo el tiempo de cómo hacerlo nosotros, o con diferentes combinaciones de los cuatro. Si no son versiones idénticas al disco, pueden ser remixes. Mi objetivo principal era llegar a algo diferente de “Echolocation”, y creo que cumplimos.
EPIFANÍAS EN LA VETERINARIA
At The Drive-In y Queens of The Stone Age siempre jugaron con la libertad. Tanto Cedric Bixler-Zavala y Omar Rodríguez-López, por un lado; como Josh Homme y sus compañeros, por el otro, hicieron de la transformación un caballito de batalla. Pero vayamos a un ejemplo claro.
-Troy, para “Era Vulgaris” (2007), de QOTSA, tuvieron una única regla: que la melodía fuera un buen soporte de la voz. ¿Estuvo implícito en Gone Is Gone?
TVL: Ese disco fue un experimento, ¿sabés? Antes de ir al estudio había una canción, quizás dos. El resto fue jugar y capturar todo bien fresco, recién salido del horno. Cada vez que hacemos un disco intentamos cambiar las pautas, sin importar cuáles sean. Para “If Everything Happens…”, el límite era trabajar sin demasiadas guitarras. Si necesitábamos una parte de viola, tenía que contar al máximo. Fue como tallar una piedra, porque hacés cortes cada vez más grandes. Teníamos una pieza enorme de yeso, y tratamos de armar una escultura con eso. Mientras más tiempo le dedicábamos, mejor quedaba. Cuando lo mezclamos, fue como pasarle un papel de lija y pulir los detalles.
-¿Y qué les significó entrar en la música electrónica?
TVL: Hicimos gran parte de las letras con Sanders a último momento. Porque cuando empezamos, no se sentía familiarizado con el género. Decía: “No sé qué están armando, ni qué hacer acá…”. Yo le respondía: “Vos confiá” (risas). Después de convivir un año con las canciones, puso la vara muy alta.
TH: Y al final, todo lo que grababa era perfecto. O sea, no había ni una nota que no encajara. Pasó de creer que no podía, a no tener margen de error. Fue muy divertido ver cómo se abría, incluso trajo cosas como Talk Talk, Depeche Mode y The Cure.
-Supongo que las ideas llegaban en cualquier momento. Troy, para “Breaks” tuviste que agarrar el teléfono y grabar las voces ahí mismo, ¿no?
TVL: (Risas). Sí. Tony había venido con la música, y estuvo seis meses en el disco duro. Yo me la pasaba escuchándolo, diciendo: “Acá hay algo…”. Se me habían ocurrido unos coros con ecos, pero no podía articularlos. Así que le mandé mis frases a Sanders, él las terminó y me mandó las voces que quedaron. Ahí se me prendió la lamparita y dije: “¡Ok, ya está!”. Pero no podía ir al estudio. Yendo al almacén, agarré el teléfono y empecé a gritar las melodías que se me ocurrían. Después mi perro se enfermó, lo llevé al veterinario y fui con la compu. Estando ahí agarré la nota de voz, la metí en la canción y puse un eco. ¡Y la terminé! Encima, en una pandemia cuesta encontrar la energía justa. Tenés que agarrar la inspiración cuando llegue, y quedó mi voz del iPhone. Gone is Gone es como una licuadora: hicimos el disco cortando un montón de canciones, amasándolas y editándolas. Pusimos la información cruda, la mezclamos y salió el producto final. Nos divierte mucho la tecnología, porque está ahí. Quisimos que sonara experimental, y por eso significa tanto: fue lo más “único” que hicimos. Ey, me extendí demasiado, me hubieran callado (risas).
-Semejante espontaneidad también te vino en “Villains” (2017), de QOTSA, como en la intro de “Feet Don’t Fail Me” y el solo de “Head Like a Haunted House”. Incluso al segundo lo grabaste en una epifanía, y no te acordás de nada.
TVL: Sí, son buenos ejemplos, ahí es cuando me divierte hacer música. “Head…” estuvo dando vueltas ocho o nueve años, y nunca la terminábamos. A ese solo literalmente me lo saqué de adentro, de golpe. No pensé mientras tocaba, aunque había reflexionado sobre el significado de la canción. Tenía ese bagaje y me sumergí, me dejé llevar. Pasó un montón en Gone is Gone, como en “Breaks”. Si llega la inspiración, prefiero grabar ya mismo.
-Tony, trabajaron cinco años en el disco. Como productor, ¿tuviste algún método para decidir cuándo estaba lista cada canción? A veces cuesta dejarlas ir.
TH: (Piensa). Casi siempre las terminé muy rápido. Lo de la “vieja escuela” también es porque, cuando empezamos, cuatro horas de grabación costaban mil dólares. Teníamos dos días en el estudio y necesitábamos terminar sí o sí. Hoy, con la tecnología, podemos aplazar las decisiones, o no tomarlas nunca. Lo importante fue encontrar un punto medio. Van Leeuwen y yo nos sentábamos en mi estudio y jugábamos. Por ejemplo, “Dirge For Illusions” eran dos temas y los combinamos. A veces otro miembro nos decía que no le gustaba, y seguíamos probando. Las canciones te avisan; y si nunca lo hacen, hay que tirarlas o guardarlas para después. Por eso las bandas tienen una cantidad enorme de archivos.
-¿Y usaron algo anterior?
TH: Hay una que no entró. Sanders quiso terminarla, pero ya habíamos probado todo. Siempre me acuerdo de cómo Wilco hizo “Yankee Hotel Foxtrot” (2001), y vuelvo a leer entrevistas de la época. Grababan el tema de una forma y después decían: “Ok, ahora saquémosle todo lo que nos gusta y probémoslo de otra manera”. Por eso es tan hermoso. Me interesa la idea de: “Tenés una canción, pero borrale los ingredientes de rock y pasala a electrónica. O viceversa”. Son las historias que me atrapan de las bandas.
-Wow.
TH: Muchas veces me preguntan si la batería del disco es real o programada, y en un 80% es lo segundo. ¡Pero me divierte! Me conocían por algo, y era un desafío producir con máquinas. Honestamente, no me importaba quién tocara. Gone Is Gone no tiene egos. Estaba todo bien si Van Leeuwen quería grabar la batería. Él cantó más que nunca, e incluso Sanders usó sintetizadores. Los cuatro rotamos y nos entusiasmó. Ya habíamos encarado todo lo tradicional. Que no se malinterprete: seguro volvamos a eso, pero era divertido que una vez no fuera así.
-Una última pregunta, aunque no menos importante: Troy, ¿cómo hacés para tocar siempre con trajes?
TVL: Soy un esclavo de la moda, supongo (carcajadas). ¡Pero en el escenario transpiro un montón! De chicos todos tenían fases punk o metaleras, de encajar en un lado o el otro. Y desde el principio pensé: “¿Por qué no tiro todo a la mierda y me pongo un traje y una corbata? Así me olvido de eso”. Es como mi uniforme, y nunca me toca ver qué usar. Pero sí los reemplazo mucho, porque se rompen. De joven decidí que quería salir de los estereotipos de las tribus: la gente que se sentía “poderosa”, como la de Wall Street y Lehman Brothers, tenía traje y corbata. Siempre pensé que eran unos hijos de puta, y que trataban de armar una fachada que los protegiera. Yo no soy abogado ni médico, estoy en una banda de rock. Puedo hacer lo que se me canta el culo, ¡pero quiero verme bien! (risas). Son dos cosas para las que tengo disciplina: tocar y usar trajes. Y no mucho más.
El último disco de Gone Is Gone, “If Everything Happens For A Reason… Then Nothing Really Matters At All”, salió en diciembre bajo el sello Clouds Hill. Se consigue en todas las plataformas de streaming.