Butch Vig, de Garbage: “La música me mantiene vivo»

El baterista y productor recorre las aventuras de la banda y adelanta el nuevo disco. También cuenta lo más difícil de trabajar con Nirvana, cómo evolucionó Dave Grohl y cuáles son sus trucos de grabación.

Por Fabrizio Pedrotti, para Rock.com.ar.

Si pensamos en alguien que grabó algunos de los clásicos del rock, es imposible no imaginarse un estudio digno de la NASA. Pero a veces, la sabiduría está en reconocer que las canciones necesitan un ingrediente diferente y básico. Por ejemplo, un joven Butch Vig entró en los ‘90 a una fábrica de golosinas en Madison… pero no para comprar dulces. Le habían comentado que el lugar tenía un gran sonido, y terminó inmortalizado en varios clásicos de Garbage.

Un martes a las nueve y con cara de dormido, el músico se ríe. “Era un edificio gigante de piedra, vacío y abierto. Habían dejado las paredes, pero demolieron lo de adentro. Un amigo iba a construir ahí, así que le preguntamos si podíamos grabar un jueves y un viernes. Nos llevó un día completo llegar al sonido de batería, con nuestro ingeniero (Billy Bush) armando todo».

Y agrega: «Mientras hacíamos la primera toma, escuchamos golpes en la puerta. Era la policía, que había recibido quejas por el ruido, que se expandía por el barrio. Pero el oficial me vio y me dijo: ‘Ey, ¿sos Butch Vig? ¡Me re gusta Garbage!’, y le respondí que justo trataba de grabar para la banda. Le pedí una hora o dos, y me autorizó sólo treinta minutos. Ahí sí que pensé: ‘¡Mierda!’ (risas). Pero los usé para hacer ‘I Think I’m Paranoid’, ‘Push It’ y otra más. Luego les pegué samples, redoblantes y toms. Cuando empezamos a tocar, disparaba los sonidos de esas grabaciones en la fábrica (risas). Hubo sólo media hora, pero valió la pena. Después construyeron oficinas y departamentos”.

-A ”Push It” la grabaste con el redoblante de Smashing Pumpkins en “Gish” (1991), ¿no?

-Sí, un Yamaha. Pero creo que Jimmy Chamberlín sólo lo había usado en un tema o dos, y que el resto fue un Gretsch de madera. Todavía lo toco, porque suena increíble.

-¿Cómo hiciste para que aquello de la fábrica se mezclara tan bien con los samples?

-A “Version 2.0” (1998) lo hicimos con dos Harrison de 32 canales, así que juntas teníamos 64. Agarraba un loop, un bombo o un redoblante y los juntaba. Mi idea era que no se pisaran las mismas frecuencias. La mezcla nos llevó de cinco a seis semanas, unos tres o cuatro días por canción. Antes había alternado mitad y mitad entre baterías acústicas y electrónicas, pero acá fueron un 60% de loops. Queríamos que hubiera un aire tecno, por eso el proceso fue larguísimo. Algunas, como “Hammer In My Head” y “Push It”, tenían más de 200 pistas. Era un poquito caótico, como un puzzle (risas). Pero amé hacerlo, y sónicamente es nuestro trabajo más reconocido.

SIN DIOSES NI MAESTROS

Como casi toda banda longeva, Garbage jugó con los estilos. Su séptimo disco, “No Gods, No Masters”, saldrá el 11 de junio (BMG). Tendrá once canciones, y ya se conocen dos: la homónima y “The Men Who Rule The World”. 

Cada vez que Butch Vig escribe un mail, firma: “Enviado desde el Lambeau Field”. ¿Y qué tiene que ver? Que es el estadio de los Green Bay Packers, su equipo favorito. Y los años en los que Garbage (o uno de sus proyectos) saca un disco, al club le va de maravillas. Creer o reventar. Ahora, Vig saca su celular y lo muestra a la cámara: está adornado con los colores del equipo, y espera que la cábala se repita en 2021.

«No Gods, No Masters» marca un regreso al costado industrial del grupo, algo que Shirley Manson definió como «necesario». En un comunicado, la cantante explicó que se basó en “las siete virtudes, arrepentimientos y pecados capitales”. Y agregó: “Es nuestra forma de encontrarle sentido a un mundo jodido y con un caos enorme. Critica al capitalismo de la inmediatez, al racismo, al sexismo y a la misoginia”.

-Butch, ¿cuán importante es tener primero el título del disco? Porque ya les había resultado.

-Sí, apenas arrancamos anotamos los posibles nombres en una pizarra. Está bueno, te ayuda a direccionarte. No necesariamente con todo, sino en algunas canciones. Queríamos que sonaran lindas, pero con desviaciones. Que reflejaran el planeta loco en el que vivimos, ¿sabés? Lo gracioso fue que entramos en cuarentena en marzo de 2020, y el día anterior fue el último que estuvimos juntos, en California. Entonces terminarlo nos llevó otros meses, porque tuvimos que mandarnos los archivos. A Shirley le faltaba completar letras y voces, que había escrito entre fines de 2019 y principios de 2020. Y a mí cosas de la mezcla, la edición y el sonido. Para mí es el primo mutante de “Beautifulgarbage” (2001). Hay continuidad, pero cada track es una obra separada. Y queremos que lo vivan como una experiencia, que lo pongan de principio a fin. Entiendo que muchos sólo le den bola a los singles, aunque a mí me gusta apretar play, apagar el teléfono y pasar una hora a solas con la música. Ojalá algunos fans todavía lo hagan.

-Al ser canciones tan distintas, ¿cómo lograste esa continuidad?

-Fue complicado. Mezclo todo acá en mi estudio, «Grunge Is Dead». Antes hago mixes provisorios y pruebo los temas en diferentes órdenes. También para tener idea del volumen de los instrumentos, cuánto espacio meter entre cada uno, cómo debería sonar la batería, dónde sumar teclados, armonías y voces. Uso algo de mi hardware viejo, como compresores y ecualizadores. Y trato de repetir esa cadena en todo el disco: que el bajo, la guitarra y la batería pasen por los mismos filtros. Cuando tengo el orden final de los temas, los mezclo bien. El otro truco es dejarlo lo más limpio y humano posible: con Pro Tools podemos lograr que sea perfecto, y no es la idea. Tratamos de que quede bien, pero que sientas el calor.

-Desde el principio usaron samples de otros artistas. ¿Cómo deciden cuándo ponerlos en los créditos? Porque a veces es sólo un compás o una frase.

-(Piensa). Creo que si modifica el tema y le da una energía específica, hay que aclararlo. Por ejemplo, nosotros armamos “Stupid Girl” a partir de un beat de The Clash. El sello y los abogados nos dijeron: “Deberían regrabarlo, así no les damos las regalías…”. Entonces fui al estudio y pasé dos días haciendo las baterías. Me salían, pero no tan bien. Les contestamos: “A la mierda, no nos interesa. Paguémosles lo que sea”. Fuimos inteligentes, porque ese groove es la razón de que la canción sea especial.

VERSIÓN 1.0

¿Cuántas veces se te tildó la compu mientras trabajabas? Si pasa hoy, imaginate en los ’90. Y a decir verdad, Garbage era la rata de laboratorio de Pro Tools: cada vez que el grupo reportaba una falla, los programadores armaban una actualización. Ahora, que la tecnología alcanzó límites insospechados, Vig se ríe de que los hayan usado de experimento científico. 

«Mis ediciones eran una locura, por la cantidad de pistas, procesos y plugins abiertos. A la CPU le costaba seguirme el ritmo con todo a la vez. Lo llevaba al límite, se tildaba un montón. No podría contar la cantidad de veces que estábamos grabando, la computadora hacía ‘¡prummm!’ y se apagaba. La odiábamos, porque la pantalla se ponía negra de a poco. Era como si Darth Vader hubiera entrado al estudio a callarnos (carcajadas)».

En ese momento, el ingeniero hacía lo suyo. “Nos decía: ‘bueno, tómense diez minutos’, e íbamos a comprar café o vino, dependiendo de la hora. Mientras, él reiniciaba el sistema. Hoy tenemos la suerte de que siga una gran relación con la compañía (Avid), y que todavía nos manden cosas para probar”. Una nota de color: Garbage gastó 2.200 dólares en alcohol durante las sesiones del disco.

-Cuando empezaron no había planes de tocar, porque era complejo trasladar los sonidos. 25 años después, ¿cómo los fueron incorporando?

-La tecnología mejoró muchísimo, y es más fácil reinterpretar lo que habíamos hecho en el estudio. Podemos meter triggers, samples, loops, secuenciadores y MIDIs. Todo va en una laptop al costado, sincronizada a un click, y la banda escucha lo mismo. Cuando arrancamos era muy complicado, hubo muchos desastres. Tuvimos que lograr que las canciones «funcionaran» con los instrumentos pelados y la voz de Shirley. Entonces, la piloteábamos si algo fallaba. Y pasó muchas veces, eh. En algunos shows venía escuchando el bajo y las pistas… y de repente se cortaban (risas). Pero había que seguir como fuera. Ya no pasa tanto, aunque voy a tocar madera (lo hace).

DESANGRARSE Y RESURGIR

El baterista mencionaba a “Beautifulgarbage” como ejemplo del sonido actual del grupo, aunque aquel disco guarda un sabor agridulce. Un poco por las relaciones personales, pero sobre todo por lo que pasaba en la industria y en el mundo. Dejemos que lo cuente el propio Vig.

-Hoy viven un período más luminoso, ¿no?

-Amo “Beautiful…”, creo que la composición es muy buena. Estamos trabajando en un remaster, pronto va a haber un box set deluxe. Fue complejo porque salió una semana después del 11 de septiembre, y era el primer atentado en los Estados Unidos. Las imágenes de la tele nos shockearon a todos. Creo que fue una advertencia para que nos despertáramos, porque otros países ya lidiaban con el terrorismo hacía bastante. ¿Lo difícil? Que viajábamos a Europa a hablar de un disco de pop, mientras veíamos cómo removían los escombros y la gente saltaba de las torres… nos parecía absurdo presentar un álbum en ese contexto. Así que “Beautiful…” tuvo un arranque duro. En los Estados Unidos, la música también empezó a cambiar. Las bandas alternativas ya no contábamos con el mismo alcance en los medios, caímos en los rankings y no nos acompañaron demasiado. El pop se hizo muy dominante.

-Luego llegó “Bleed Like Me” (2005), el verdadero fin.

-Sí, fue una de las razones de la separación. Veníamos de un gran comienzo con el homónimo (1995) y “Version 2.0” (1998), y de golpe retrocedimos. Los discos funcionaban, eh. «Beautiful…» y «Bleed…» vendieron más de un millón de copias cada uno, y dimos buenos shows. Pero nos perseguía una «nube negra» (nota: se refiere sobre todo a las peleas entre Manson y el guitarrista Duke Eriksson, que ni se hablaban). Necesitábamos parar Garbage por un rato. Me alegra, porque sino nos hubiéramos separado para siempre. Había que desaparecer y ordenar nuestras cabezas antes de volver a hacer música.

El grupo canceló las últimas fechas de la gira, porque sino iba a perder dinero. Pero hubo una señal de esperanza, tal como cuentan en su libro oficial: en vez de dividirse las ganancias, las mantuvieron en la cuenta conjunta de la banda. Parecía que la separación no iba a ser permanente.

“La gira tuvo un montón de contras -cuenta el baterista-. Estábamos en Australia, lo más lejos que podés irte, y llamamos a nuestro management. Les dijimos que convenía volvernos, la producción era re cara. Podríamos haberlo intentado, pero no quisimos arrastrar el culo por el mundo otros tres o cuatro meses y regresar sin un peso -se sincera-. Pero no fue la única razón del corte, sino la ‘nube negra’ que te mencionaba. Caso contrario, hubiéramos seguido para divertirnos. Estábamos quemados, necesitábamos parar. La música tiene ciclos: una banda o un estilo pueden ser muy populares y caerse al rato. Nunca sabes qué va a pasar”.

 

En 2012, los planetas finalmente se alinearon: Garbage sacó su quinto disco, el ya mencionado «Not Your Kind of People», que los trajo por primera vez a la Argentina. También los llevó al resto del mundo, incluyendo Australia, donde habían dado su último concierto (ocho años antes). En 2016 lanzaron «Strange Little Birds», un trabajo sólido con el que llenaron el Estadio Luna Park. Desde entonces, y con el inminente estreno de “No Gods, No Masters”, la historia de Garbage se sigue escribiendo. Esperemos que por mucho tiempo.

EL PADRINO DE NIRVANA Y FOO FIGHTERS

La entrevista ya lleva una hora, pero Butch Vig continúa con las mismas ganas de hablar. O incluso más, gracias al café que sostiene. Detrás de él hay un cuadro de un disco de platino de Garbage, otro de The Who en el Marquee, una foto de 5 Billion In Diamonds (su grupo paralelo), una Telecaster y una guitarra española. Si completara la pared con sus créditos como productor, sería interminable. Por ejemplo, falta el que fuera comercialmente su mayor éxito: “Nevermind” (1991), de Nirvana. Y aunque se lo analizó por treinta años, muchos ignoran lo difícil que fue el proceso de mezcla

-Tenías a la banda siempre encima: Kurt Cobain te exigía que sonara como Black Sabbath, o quería cambios en la guitarra a cada rato. ¿Cómo los sobrellevabas?

-Fue complejo. El disco era bastante simple, e hice muy buenas primeras mezclas. Así que pensé que las finales serían iguales. Íbamos a los estudios Devonshire, en North Hollywood. Yo arrancaba al mediodía, pero la banda aparecía una hora después. Kurt se sentaba atrás, se metía en la consola y me decía: “Sacale el treble a las guitarras”. Ponía la mano y se lo bajaba (risas). ¡Sonaba horrible, no escuchabas nada! Era un problema tenerlo al lado todo el tiempo. No le gustaba cuando sonaba limpio o «enfocado». Mezclé el disco en tres días y no quedé muy contento, porque traté de complacerlos a ellos, en vez de hacerlo a mi forma y que después lo comentaran.

-Claro.

-Entonces hablamos con Geffen (el sello), y decidimos que iba a mezclarlo otro. Yo estaba entusiasmado: nos dieron una lista de gente increíble y me sentía loco por trabajar con alguno. Buscaba aprender, recién arrancaba. Se la mostré a Kurt, y me dijo: “¿Scott Litt? No quiero sonar a R.E.M. ¿Ed Stasium? Mmm… no, voy a parecerme a The Smithereens”. Al final figuraba Andy Wallace, y al costado decía “Slayer”. Cobain gritó: “¡Ese es el tipo que quiero!”. Lo llamé a Nueva Jersey, fue súper copado y me pidió que le mandara los temas. Le contesté que iba a viajar a setear cada canción, y que me llamara cuando estuviera listo, así yo toqueteaba las perillas otro rato. Recién después le avisamos a la banda, cuando estuvo casi listo. Lo pusimos fuertísimo en unos equipos gigantes, así que les partió la cabeza. Yo los alentaba: “¡Suena matador, chicos!” (risas). Kurt dijo “subí un poco la guitarra” o “bajá la segunda voz”, pero no mucho más.

-Entiendo.

-Andy hizo un gran laburo con las mezclas, aunque no eran demasiado distintas de las mías, que las encontrás en internet. Obvio que él tenía más experiencia. Lo importante fue que la banda amó el disco, pero cuando llegaron a las diez millones de copias, Kurt dijo: “Butch Vig fue el culpable de que sonáramos así», o algo parecido. Sé que les encantaba, querían que pateara culos. Cobain sentía que no podía ser «punk” y a la vez alegrarse de vender tanto. Creía que perdía autenticidad. Mientras hacíamos «Wasting Light» (2011), de Foo Fighters, se cumplieron veinte años. Vino Krist Novoselic, participó en un tema y nos quedamos toda la noche contando historias y tomando birras. Fue muy divertido estar en una sala con Grohl y él, porque las anécdotas se retroalimentaban. Ambos reconocieron que todavía sonaba asesino, y aunque la gente dice que se sobreprodujo, era super simple. Parece una joda: de los 24 canales, usé 8 para la batería y el bajo, 2 para las guitarras y otros 2 para las voces. Una grabación bastante desnuda.

-¿Y qué diferencias notás entre aquel Dave Grohl y el de “Wasting Light” o “Sonic Highways” (2014)?

-No tenía idea de que era guitarrista y compositor. Sabía que cantaba, porque sus armonías se mezclaban bien con Kurt. Al tiempo de que murió él, me llamó y me contó que había hecho un disco solo, en tres o cuatro días. Me mandó el cassette mientras yo estaba en Nueva York con Sonic Youth, ¡y me voló la cabeza! No imaginaba que iba a hacer tal metamorfosis hasta Foo Fighters. Y mirá en qué se convirtieron: son una de las bandas más grandes del planeta. «Wasting Light» fue muy divertido, porque Dave me desafió no sólo a hacer el disco en su garage, sino en cinta abierta. Me llevó tiempo «cambiar el chip», y eso que había aprendido a trabajar así. Lo analógico depende mucho de la performance. No podés arreglar, cortar ni afinar. Las interpretaciones fueron realmente buenas y los grabé en tiempo real, sin computadoras. Creo que es el disco más representativo de sus shows. Todos son geniales, pero si cerrás los ojos, es como si estuvieras con ellos en un club.

-Para terminar: Shirley dice que, como sigue en la música, el paso del tiempo la “energiza”. Al margen de que ambos son jóvenes, ¿a vos te genera lo mismo?

-(Piensa). Soy muy afortunado de haber vivido en estudios o girando. Caso contrario, desconozco qué hubiera hecho. No tengo otros hobbies y es lo que me mantiene respirando, mirando adelante. Cada vez que termino un disco, ya sea de Garbage o alguno que produzca, reafirmo que quiero hacer esto hasta que me caiga muerto. Una canción puede ser muy poderosa y buena para el alma, porque te transporta a otro universo. Por eso continúo yendo al estudio cada día: no sé qué esperar, pero sí sé que me va a hacer sentir vivo.

“No Gods, No Masters”, el séptimo disco de Garbage, saldrá el 11 de junio con BMG. También habrá versiones deluxe, que ya se pueden encargar en su sitio oficial.

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