El cantante recorre sus más de treinta años de carrera, recuerda cuando conoció al ratón Mickey, da secretos para escribir canciones alegres y cuenta cómo protegerse de los fantasmas. Entrevista exclusiva.
Por Fabrizio Pedrotti, para Rock.com.ar.
“Capaz al tipo que me compró la casa le pasó algo, no sé. Pero a mí los espíritus nunca me molestaron”, dice Mark Lanegan como si hablara de la lista del almacén. “Tuve ese lugar en California casi diez años, y te aseguro que no estábamos solos. Varios conocedores y sacerdotes contaron que había presencias malévolas, y también las vimos. Aparecían en las cámaras de seguridad, en fotos y cosas así. Igual nunca me sentí mal recibido ni asustado: esos entes suelen dejarme tranquilo”.
Su tono es imperturbable, y será porque a los 56 años, Lanegan vio cara a cara a los peores demonios. Propios y ajenos. Cuando se lo llama a Irlanda y atiende el contestador, él mismo se identifica como “Old Scratch”, el apodo del diablo. Entonces, es difícil que algún fantasma tenga el coraje de acercársele. “Yo también lo veo así”, se ríe.
Los espíritus deben saber que su carrera es muy prolífica. Empezó oficialmente en 1985 con Screaming Trees, uno de los grupos pioneros del grunge (junto a Mudhoney, Melvins y Soundgarden). A diferencia de Nirvana, Alice in Chains, Pearl Jam o Stone Temple Pilots, los Trees fueron la banda que siempre estuvo a punto de “pegarla”. Mark, incluso, era el dealer (y mejor amigo) de Kurt Cobain, Layne Staley y otras estrellas. Screaming Trees, por su lado, fueron la prueba de que era mejor ser “los más grandes del underground” que “los más chicos del mainstream”.
En la gira de su séptimo y último disco (“Dust”, de 1996), se uniría un joven Josh Homme. Sin que Mark ni los fantasmas lo supieran, el destino había dado un giro de 180 grados. Luego de varias rehabilitaciones, el ex-Kyuss le retribuyó el favor y lo sumó a Queens Of The Stone Age. Ah, y que no pase desapercibido: Lanegan co-compuso hits como “No One Knows”; colaboró con Cobain, Mad Season, Slash, Moby, Marianne Faitfull, PJ Harvey y Unkle. En el medio editó más de diez discos solista y formó varios grupos. Pero vayamos de a poco, que su presente es incluso mejor.
“Sing Backwards And Weep”, su autobiografía, salió con Hachette Books mientras el COVID empezaba a arrasar con el planeta. Para Rolling Stone, Variety y Mojo fue “el mejor libro de música de 2020”, por su crudeza y sinceridad. El músico ya había editado “I Am The Wolf: Lyrics and Writings” (2017), pero estas páginas dan verdadera piel de gallina. A diferencia de otros él no glorifica la heroína, cuenta cómo era vivir en la calle, admite sus diabluras y detalla los problemas de un verdadero yonqui.
Este miércoles por la tarde, Lanegan dice: “Tengo un lugar muy especial en mi corazón por la Argentina. Buenos Aires es una de las mejores ciudades en las que estuve, me encantaría poder ir más seguido. La última vez no pude por los problemas económicos, y me puso muy triste. Hoy hay mucha ansiedad, problemas de masas, confusión, aislamiento y toda esa mierda -agrega sobre la pandemia-. No me puedo quejar, al menos este año sé qué esperar. Laburo muy bien aislado. Es mi panorama habitual. Cuando no hay otra cosa para hacer, directamente trabajo”.
A Mark se le nota una amabilidad ausente en el libro. “Porque lo escribí con la perspectiva de hace tres décadas, y espero que haya diferencias. Hoy podría ser abuelo, no me siento más así. Estoy demasiado viejo y arrugado. No sé qué edad tendrás, pero a mí me queda por delante mucho menos tiempo del que ya viví -dice-. Con los años me puse más cómodo, dejé de preguntarme cosas existenciales y esas mierdas. De joven perdí un montón de tiempo siguiendo cosas que no tenían sentido. Si hiciera todo de nuevo, no sería tan estricto conmigo ni con el mundo. Parece una broma de mal gusto: cuando lo aprendés, ya no tenés tiempo de vivir». Definitivamente, Lanegan sabe más por viejo que por diablo. Aunque hay un poco de ambas.
UN LOBO SOLITARIO
Mark nació en Ellensburg, Washington, un pueblo que odiaba pero que hoy recuerda con cariño. «Crecí como un outsider. Es un lugar hermoso y con gente preciosa, y de chico no me enfocaba en eso. Sólo me quería ir. En perspectiva aprecio lo bueno, aunque estaba aislado, a 100 kilómetros de donde había nacido Hendrix… ¡y nadie lo conocía! -se ríe-. Siempre estuve con un pie fuera de la sociedad. Ahí siguen seres increíbles como mi hermana, mi sobrinito y mis parientes cercanos. Ellos se criaron felices en Ellensburg. Tengo amigos muy próximos de la escuela secundaria, que también son como mi familia. Prefiero acordarme de esas personas, en vez de las que no valen la pena».
Ya de chico, Mark amaba el bullicio y soñaba con la libertad urbana. Por ejemplo, prendía el lavarropas para dormir: de alguna forma, emulaba el caos de las megalópolis. “Y todavía me gusta el ruido blanco -señala-. Escucho mucha música extrema, electrónica power o ambient. Siempre dejo algo de fondo cuando me acuesto, y también alrededor de la casa”.
Haber sido un pueblerino, además, lo llevó a hacerse vegetariano. «Vivimos decenas de décadas ahí, siempre comiendo carne. Había vacas en la casa de al lado; mi hermana tenía un caballo y constantemente veíamos animales. Pero a los 50 dije: ‘No quiero comerlos, ellos también son mi familia’. Se los criaba como alimentos, aunque yo entendía que tenían sentimientos, como nosotros y los perros».
Entonces, no es casualidad que los animales aparezcan tan frecuentemente en su obra. El ejemplo más claro es «With Animals» (2018), con Duke Garwood; pero menciona seguido a los lobos («I Am The Wolf»), los caballos (“War Horse” y “Two Horses”), los ruiseñores («Mockingbirds») y los cisnes (“Old Swan”). Según cuenta, con esa última canción fue la primera vez que sintió alegría al componer: le dio una felicidad que no sabía que existía.
“La melodía me llevó a un positivismo que no suele aparecer en mis temas -se sincera-. No creo que todos sean oscuros, aunque no siempre puedo transmitir alegría. Ahí salió por accidente: Rob Marshall me mandó la música y yo armé un mapa conceptual. Al principio sólo me surgían frases, pero se fueron encadenando. Estoy contento, porque siempre pensé que era mucho más difícil escribir una canción alegre. Al menos para mí”.
El proceso tiene mucho de instintivo, y justamente, de animal: «Con las letras, ya sea en mi música o la de alguien, siempre armo un esquema. Es una melodía con mi voz, que puede tener palabras o no, y en general termina muy cercana a ese demo. Cuando me llegan ideas o me envían tracks, saco lo primero que me viene a la cabeza; incluso sin saber cómo continúa la canción, de forma inconsciente -subraya-. A veces me equivoco porque no sé que viene un cambio, pero le da una estampa única”. Es el primer secreto de por qué sus temas son tan particulares.
CON EL HUMOR COMO HERRAMIENTA
Si nos guiamos por la imagen, es lógico pensar que la vida de Mark es sombría. «Pero soy feliz todo el tiempo, sólo que no se traslada a mis canciones -aclara-. ‘First Day of Winter’, la que está justo antes de ‘Old Swan’, es una de las más tristes que escribí (risas). Me es fácil plasmar la tristeza, pero sigo trabajando en la alegría. Igual nadie tiene mucha injerencia en cómo lo ve el resto. No considero que me incumba, así que tampoco me meto».
Hace poco incluso bromeaba con que los Bee Gees lo habían ayudado a escribir “Stay” (de “Scraps at Midnight”, 1998). «Que no se malinterprete: me los tomo de forma muy seria. No los considero para nada graciosos. Supongo que para mí son como la gente vieja y los Beatles”, se ríe.
Mark también se basó en el humor para temas como «Last One In The World», de la misma época, y no se detecta a primera escucha. «Cada vez que compuse con alguien, fue riéndonos. Si dos personas escriben, se parece a la película ‘Boogie Nights’ (1997). No importa cuán seria termine siendo la canción. Intencionalmente o no, la situación es casi de comedia».
Justamente, «Last One…” es para Layne Staley, y Mark entona: «Adiós, amigo. Gracias por el sueño». ¿Entonces, cómo se puede pasar de las risas a la reflexión? «Porque el proceso y el resultado son dos cosas distintas -cuenta-. Si lo hago con Mike Johnson es entre carcajadas, igual que con Josh Homme o Greg Dulli. Pero las canciones necesitan cierto peso. En mis temas el humor no siempre se percibe, y a veces parecen obtusos. Obviamente que la canción no tiene que ser de comedia, porque a nadie le gusta el rock en joda».
Aunque en retrospectiva, quizás su momento más bizarro fue cuando cantó en el peor show de Queens Of The Stone Age. Diez temas en el festival «Rock Am Ring» de 2001 bastaron para que el recital pasara a la historia: hubo problemas extremos de sonido, solos de guitarra desafinados e instrumentos rotos. Y cuando llegó el momento de que Lanegan brillara, el micrófono no dio signos de vida. Por suerte (o no) el concierto quedó grabado y subido.
Incluso ahí afloró el humor, y los músicos hicieron un pacto de sangre. “Una amiga de la banda fue al estudio mientras grabábamos ‘Songs For The Deaf’ (2002). Nos tatuó lo mismo a Josh Homme, a Nick Oliveri y a mí”, dice. Hoy todos llevan con orgullo la frase “Freitag 4.15”: un viernes a esa hora se subían al escenario. El segundo secreto de Mark es que no se pierda la diversión, aunque el tópico sea el más oscuro.
LA IMPORTANCIA DE UNA MANADA
El cantante será un lobo solitario, pero valora la ayuda. Courtney Love y Duff McKagan también le dieron refugio cuando necesitaba rehabilitarse, y nuestro entrevistado dejó de lado la música y trabajó pintando estudios de TV. A veces, incluso llegaron a retarlo por usar colores equivocados en las paredes de Gran Hermano.
“No importaban los programas, ninguno de nosotros los veía. Así que no podría decirte de qué mierda eran (risas). El laburo fue genial. No necesitabas un título universitario, pero sí un costado artístico y saber de texturas, colores y carpintería. A mí me tocaba construir los sets, y lo disfrutaba un montón. Todos eran increíbles, mis jefes eran geniales y nos reíamos un montón. Después fuimos siete meses a Disney”.
Otra gran ayuda para Lanegan llegó con Alain Johannes. “Lo conocí quince años después de haber empezado mi ‘ilustre’ carrera. Es más, pienso que ni arranqué hasta que lo tuve: fue así de importante. Siempre necesité a alguien que ‘articulara’ mi visión. Por un tiempo no me importaron los instrumentos ni aprender a grabar. Estaba un poco atrasado. Él me organizó y me inspiró a aprender cosas a las que les había dado la espalda”.
El chileno fue una constante desde 2004, y su colaboración se expandió por el celebrado “Blues Funeral” (2012), las versiones de “Imitiations” (2013) y una trilogía con rasgos electrónicos y cercanos a New Order: “Phantom Radio” (2014), “Gargoyle” (2017) y “Somebody’s Knocking” (2019).
“El último disco, ‘Straight Songs Of Sorrow’ (2020), fue el primero en el que grabé un montón de instrumentos. Y en algunas canciones, casi todos. También los mezclé, y no hubiera sido posible sin las experiencias con él -agrega Mark-. Cuando grabamos un disco, el proceso es de 50% y 50%. Te va a decir que no, pero es así. Los temas no serían los mismos si yo no estuviera, ni tampoco si faltara Alain”. Tercer secreto: nunca olvidarse de los amigos.
DE LAS MELODÍAS A LOS VERSOS
En 2021, Lanegan dice estar alejado de la música. De todas formas, recientemente descubrió que su pareja también tenía ese talento. “Estamos juntos hace años, y generalmente ella le sumaba algo a mis canciones. Ahora soy yo el que le pone cosas a las de ella, ¡hace el estilo que siempre quise! Así que lo disfruto mucho, fue una sorpresa muy placentera. Va a haber un disco nuevo, y está trabajando en temas ahora mismo”. El dúo se llama Black Phoebe, justo como otro animal: un pájaro que ambos veían seguido en su casa de California. Sí, la misma que estaba llena de fantasmas.
“De todas maneras, siempre hago cosas. Por ejemplo, dibujo un montón y pinto con carbón. Tengo libros de poesía, letras no publicadas y textos para una editorial del Reino Unido, además de una novela. Son cosas muy diferentes, porque la poesía sale sobre la marcha, de a pedacitos. Pero una novela es distinta, necesitás estar bien concentrado y atento”.
Las canciones de Mark no ocurren en lugares específicos, sino en espacios ficticios o que casi no recuerda. ¿En qué escenario se dan estos textos? “Ambos se basan en una forma de realidad, pero no puedo saber cuál -dice-. Es un paisaje no muy reconocible. Algunos son muy directos y te das cuenta de lo que digo; otros son abstractos. No tengo una sola forma de escribir, lo hago desperdigado y sin estructura. Pero casi todos van más al hueso que mis canciones. Para el primer libro, ‘Plague Poems’ (2020), todavía escribía en forma de letras. A veces podés leerlas en versos, aunque en mi caso es raro: las canciones nacen con las melodías, y son necesarias para que sean gancheras. Trabajé duro tanto tiempo haciendo temas, que meterme en esto es un desafío enorme. Finalmente pude, y encontré un montón de libertad”.
Los autores que lo emocionan son tan variados como los músicos. “Me gusta Robert Lowell, un escritor muy profundo que murió en los ‘70, y Robinson Jeffers. De los que siguen, leo mucho a Billy Childish. Pero no sé si alguno me influenció. Supongo que voy a tener que seguir hasta darme cuenta”. ¿El cuarto secreto? No cerrarse a un solo tipo de arte.
En su Twitter, Mark se emocionó porque habían versionado un tema suyo. “Me parece magnífico que alguien pueda abrazarlo y que quiera tocarlo. Muchos me mandan links, ¡y algunos son increíbles! Demuestra que tu música es universal. Todos me gratifican, y el sentimiento es hermoso. Grabar es muy placentero, y más si los discos se acercan a cómo te los imaginabas. Yo no sólo me aproximé mucho, sino que desde ‘Bubblegum’ (2004) excedí las expectativas. A partir de ahí quedaron aún mejores de lo que pensaba”.
La leyenda cuenta que no siempre terminaba contento. Para “The Winding Sheet” (1990), por ejemplo, Sub Pop eligió una portada que él había pedido explícitamente que no usaran. Y se vengó: en «Sing Backwards…» explica cómo le robaba CD’s carísimos al cofundador (Bruce Pavitt) y los revendía para costear sus adicciones.
Así y todo, sus trabajos siguieron saliendo con el sello hasta “Field Songs” (2001). «¡Porque no tenían idea de lo que conté en el libro! -se ríe-. Muchas cosas pasaron sin que se enteraran. Hoy tengo buena relación con Jonathan Poneman, Megan Jasper y la gente actual. Estuve en guerra con la otra rama de Sub Pop unos cuantos años, pero ya ni me importa. El fundador de 4AD también me había dicho que era un hijo de puta, y después terminé ahí. Seguro ya se había jubilado, pero una parte mía pensó: ‘¡Mirá quién quedó en tu maldita compañía, amigo!’. A veces soy resentido, ¿sabés?’».
CANTA, GARGANTA CON ARENA
A Lanegan se lo identificó como barítono desde la época de Screaming Trees, pero su tono se hizo más denso por haber tenido que cantar fuerte y por los cigarrillos. Ahora que dejó el vicio eso cambió, y se nota en sus últimos discos.
“La voz depende un montón de la genética, y la de mi papá suena muy arenosa. Tomó y fumó hasta los 70, y tiene 85. No llegué al punto de él, pero sí con el mismo tono (risas). Hoy canto más alto y muchos no me reconocen, porque no habían oído mis agudos. Mi registro va del barítono al tenor, pero no soy como los monjes tibetanos, que les salen varias voces a la vez (risas). Ellos son un caso extremo”.
Un ejemplo claro fueron los covers de “Nutshell” y “Brother”, de Alice in Chains, en los que Lanegan homenajeó a Staley (con quien había colaborado en Mad Season) para el Museo de la Cultura Pop de Seattle. “Eso fue tenor. Jerry Cantrell tiene una voz parecida a la mía, pero Layne llegaba a tonos mucho más altos que nosotros dos juntos. Hice el tema en el rango original, así que todavía puedo”, explica.
“Varias veces me contratan para colaboraciones, publicidades o jingles de TV. Si me llaman por mi barítono es lo menos interesante, y a veces sólo puedo ir tan bajo si fuerzo la garganta. ¡Es una cagada! Al cantar en tu verdadero rango, el tema suena real, con ataque y poder. Y como me molesta que me sigan pidiendo eso, les mando las versiones que quiero. Si me las reenvían, les digo: ‘bueno… tómenla o déjenla’” (risas). Quinto secreto: hacer lo que a uno le dé la gana.
LOS FANTASMAS DE LA CONCIENCIA
Aún así, en sus palabras hay un sabor agridulce. Habiendo visto partir a tantos compañeros de ruta, Mark dice sentir culpa por haber sobrevivido. “Siempre que muere alguien se te mueve algo. Especialmente si falleció joven y tuviste algo que ver, directa o indirectamente -cuenta, en referencia a Cobain y a Staley-. Lo cargás por el resto de tu vida, y es difícil de explicar. O sea… podrían explicarnos cómo es subirse a un elefante, pero no vamos a entenderlo hasta que lo hagamos, ¿sabés? Esto es igual».
Y se acomoda la voz, que se vuelve más barítona: «La felicidad está sobrevalorada. La mayoría de las personas la recibimos en fragmentos, y el mundo no la da en exceso. Menos en el presente. Hay que encontrarla adonde sea. Para mí fue así incluso en los días más oscuros, y por eso todavía estoy acá. Pasé un montón de años en modo autodestructivo, y no sólo conmigo: cualquiera de mi esfera recibía los golpes. Me gustaría haber hecho las cosas de otra forma”.
Al margen de lo conversado -y mientras la charla sobrepasa la hora y media-, nuestro entrevistado siente que los años no fueron tan severos con él. “Si te fijás cómo la pasaba la gente en los Balcanes o en el genocidio de Ruanda mientras yo sufría ‘cosas duras’, me drogaba y vivía de la música… ni podría compararse -dice-. Lo mío fue oscuro, pero al lado de otros, creo que viví bastante bien”.
Para terminar, la pregunta obvia: ¿pudo conocer a Mickey cuando trabajó en Disney? “¡Sí! En el backstage veía a la gente sin disfraces, porque construía los escenarios, y a él lo encontré sin la cabeza. No me vas a creer, ¡pero era un tipo de carne y hueso!” cierra histriónicamente.
Resulta que no había tantas diferencias entre el ratón, este señor de canciones sombrías y nosotros: ya sea en los Balcanes, Estados Unidos o Sudamérica, siempre tendremos las canciones. Mientras sean sinceras, van a mantener lejos a los fantasmas… y ese es el verdadero secreto de la felicidad.
Mark Lanegan publicó su autobiografía, «Sing Backwards And Weep» (Hachette Books), y su último disco, “Straight Songs of Sorrow» (Heavenly Recordings), a mediados de 2020.